martes, 26 de junio de 2012

Sara

Todavía estoy en el  Centro. Aun los vendedores ambulantes, a pesar de una persistente llovizna que para fines de junio es un  poco anormal, llenan las calles, pero esta vez sin pregonar sus productos agrícolas. Del otro lado de la manzana están los vendedores de abarrotes que compiten con los miles de pequeños almacenes instalados en edificios pequeños (todos estos pequeños comerciantes no pagan impuestos). Me quiero ir, pero no se a que lugar: en esas me encuentro con Álvaro que me saluda efusivamente y me invita a beberme unas cervezas. Le pido disculpas y volteo la esquina; me  he olvidado decirle que vi aquella mujer  que alguna vez me mostró en las calles donde estas deambulan. Iba de pasajera en el autobús y estuvo hablando amigablemente con un desconocido. El mismo Álvaro me decía que aquí le gente acostumbra a ser muy transparente con  quien conversa. Álvaro la vio una tarde como ésta y le pareció que las mujeres de este sector cobraban menos que las que se paseaban por el parque público de unas calles  más arriba. Allí el puesto de policía no tenía efecto sobre ellas por el curso natural de ese estado de cosas. Me narró que la vio tranquila pero su aspecto le había parecido desaseado, de todas maneras sin pensarlo le preguntó que si quería acompañarlo un poco, ella le dijo que tenía que darle la mitad del sueldo diario de un obrero: -Nada- pensó este. Pero él le había dicho como para no perder la costumbre, como por una especie de impulso. Jamás hubiera ido con Ella pensó después, no porque fuera indeseable: era una mujer de unos 25 años y a pesar de que estaba un poco subida de peso, no le pareció del todo indeseable. Fue por su desaseo. Entonces que tienen las mujeres de ese parque  que testimoniaba la  conmemoración de  los 100 años de quien sabe qué suceso. Tienen, dijo él encarándome, limpieza. La verdad yo nunca había sido adepto a frecuentar ese tipo de mujeres, ni siquiera las que llaman prepago, de las cuales el caso de los escoltas del Presidente Norteamericano Obama , son fiel testimonio. Hasta luego, me dijo Álvaro. Seguí con mis pensamientos mientras esperaba el autobús: Esa mujer que de verdad se veía desaseada narraba su vida privada: si trabajo en el sector del centro (Obviamente ninguna persona dentro del autobús sabía de su ocupación), tengo marido y dos hijos. Mi costilla es albañil pero siempre está sin trabajo.  Antes pagaba un hotel todos los días, pero también  este trabajo es poco remunerado ; no se levanta plata fácil. Entonces me tocó mudarme a una habitación a las afueras de la ciudad. Yo soy una mujer decente saben; en cambio las mujeres del parque fuman porquerías y a mí no me dejan acercar por allí.  Estuve tentado a esperar a pasarme a su puesto, decirle que todo se debía a su desaseo, que podría tener muchos clientes, llegar al parque y vender mucho si cambiaba de aptitud y ropas. Pero me detuvo una declaración inesperada de Ella. Su marido la amaba mucho y con un poco de dinero que le había enviado su madre él  le  había comprado una blusa. Se sentía culpable porque Ella había llegado un poco tarde a casa una noche. Dijo que le había dicho la verdad a su marido y que había llegado tarde pues como había pensado  hacer un curso para terminar su bachillerato, al salir le había tocado hacer el aseo del salón. Ignoro si su marido le creyó…  Pero lo que me cuestionó  de esto fue la escena de celos de un marido que sabe que su mujer trabaja en la vida.