domingo, 22 de septiembre de 2013

Cuchillos Verdes


Cuando salí de la escuela me esperaba en una esquina; no tenía su maletín y su camisa estaba remangada. Vi sus morenos puños cerrados vigorosamente, sus dientes apretados, su mirada dirigida hacia mí. Lo acompañaba el que le sostenía el maletín.
Quedé paralizado; el otro que estaba conmigo me dijo: -Rápido, súbase al camión de la escuela-.
Regresaba a casa desde la escuela; pasando por un parquecito recogía del arbusto frondoso de cuchillos, seis o siete dagas bien seleccionadas que guardaba en el bolsillo del uniforme. En casa, a medio día, siempre se sintonizaba el radio noticiero a todo volumen ( era un radio que tenía forma de tiburón; varias veces le habían cambiado algunos enormes tubos catódicos). Esta vez la noticia llegaba desde Viña del Mar declarando el triunfo de la canción que hablaba de mascar flores…“Por eso salgo siempre a caminar En busca de una flor para mascar…”

Noticia que despertaba una doble alegría, pues el cantor representaba a esta provincia que había tumbado un barrio completo de casas antiguas para construir el edifico donde quedarían los juzgados y todo al ritmo de las campanadas de la catedral que había quedado en pie, como también decía la canción. 
Después de inspeccionar que no tuviera huevecillos la sopa del almuerzo, según la clase de higiene en la escuela, ese mediodía me había olvidado de lavarme las manos. Me levanté apurado de la mesa, me dirigí al patio de la casa para empezar a entrenar una pelea a cuchillo con las dagas del arbusto. Debía apurarme pues a las dos empezaba Ultra Man. Esta tarde el súper hombre de ojos extraterrestres tenía que enfrentarse con una enorme planta carnívora que adquiría su fuerza de la radiación nuclear.
Si mis cuchillos no adquirían una fuerza nuclear,  debía confundir al otro, cambiar de mano el cuchillo escondiéndolos a la altura de las nalgas, lo más rápido posible, luego de hacer un lance directo al pecho y matar a mi adversario de un solo golpe.
 El héroe de la nebulosa M-78 me hizo salir corriendo hacia la calle, gritar a toda voz su nombre, luego observar quien salía al encuentro de mis cuchillos, de mis rápidos pies descalzos, aunque no tuviera correa que me sostuviera los calzones. Por fin, a la vuelta de la esquina vi la cabeza de mi amigo Roll, grité su nombre, vino hacia mí. Le grité Ultra Man, él desorbitó sus realistas ojos, luego lanzó una sonrisilla. Nos encaminamos hacia la tienda de alquiler de las destartaladas bicicletas; pasamos por el parquecito (no le mostré el árbol de cuchillos, pues era mi secreto); vi las coloradas flores de un gran Cayeno que decían…  ¡Cómame!...
“Por eso salgo siempre a caminar
En busca de una flor para mascar…”
Empecé a cantar… “!y recorro el camino…!”
Roll me apabulló, con sus características burlas de “pela gato” como nos decían las chicas del barrio vecino, cuyas fronteras debíamos pasar con cuidado…
¡Tocayo! –dijo de un momento a otro Roll- Ármese, es una advertencia, pues vamos por unos amigos-
No sé dónde quedé; el piso se hundió ante mis ojos cuando vimos las gradas que conducían a unas callejuelas en una hondonada. Toqué en mis bolsillos los cuchillos verdes  que había tirado del algarrobo, entonces pensé claramente que eso no servía ni para pasteles. Troll sacó su navaja que más parecía un cuchillo de mesa
–con eso no cortas ni el pastel- Me alcanzó el ánimo para burlarme.
Pero las piernas me temblaban cuando Troll empezó a bajar las gradas. Hacía unas horas habíamos recorrido el parquecito en las  bicicletas alquiladas. Troll se burlaba, se burlaba de verme pedalear como un borracho, hasta que se le desencadenó su bicicleta y fue a rodar frente a un señor gordo que estaba viendo una  enorme fotografía ( se la habían tomado desde una cámara de trípode, un fotógrafo que metía su cabeza en un pañolón), luego lo miró con cara de ofendido.
 Troll, sabe qué, baje usted a esa hondonada ya que quiere conseguirse un pito…
A él –creo- no se le hubiera ocurrido decirme por qué no baja usted.
Esperé unos cuantos minutos hasta que escuché un quejido que se perdió en los cerros que caían en la distancia de todos esos barrios que empezaban a encender sus nostálgicas bombillas. No me bastaba el cruce de manos que hacía Ultra Man para cobrar la decisión de bajar las escaleras que llevaban a un callejón que se formaba de unas hileras de las casas que bordeaban el cerro. Empecé a contar los pasos mientras bajaba los gradas, luego comencé a caminar por el callejón mientras tarareaba de la nada la canción …
“Por eso salgo siempre a caminar
En busca de una flor para mascar…”