viernes, 13 de noviembre de 2015

La manzana de los iconoclastas



Como el síndrome del miembro fantasma, cuando una persona siente un dolor en el vacío de su parte amputada, la Plaza Luis Carlos Galán tiene “La manzana de los iconoclastas”; cuatro calles desaparecidas de antiguas casas donde se desenvolvía un dinámico comercio de pequeños negocios entre peluquerías, residencias de viajeros casuales, oficinas de tinterillos, cafeterías…  y “lonchería”, que al atardecer del sector histórico de Bucaramanga hacía las veces de cervecería atendida por “niñas” que por esa década del setenta, empezaban a usar pantalón de bota campana y blusa estrafalaria.
 Desde la radio se escuchaba  sin cesar el que empezaba a ser el himno local de la época: “Una flor para mascar”;  canción ganadora del festival de Viña del Mar en Chile, y  desde entonces Pablús Gallinazus”  pasó a ser  el “Nadaísta" raro pues su poema se habían convertido en canción popular después de navegar anónimo entre el alboroto de esa poesía iconoclasta.
Pablús o Gonzalo Navas hacía sus caminatas desde su casa familiar en la calle empedrada frente a la Capilla de los Dolores donde había programado una lectura de poemas para escándalo público y del clero, pues supieron que la abandonada capilla era habitáculo de artistas de dudosa reputación. 
Esa real casona de los Navas era una de las tantas de las familias adineradas del sector. Pablús, después de caminar unas cuadras, subía al segundo piso de una antigua casona de la “manzana de los iconoclastas” donde se reunía Miguel Ángel Perez, Carlos Barriga y su tocayo Carlos Nicolás Hernández en torno a la revista el Gran Burundú Burundá que duraría dos años, según cuenta a viva voz Alvaro Mejía, el legendario librero de “tres culturas”. Esta revista homenajeaba a Jorge Zalamea Borda (1905-1969) y además representaba localmente a  la generación de escritores que se dio a conocer alrededor del Grupo Literario Jorge Zalamea.
En la casona contigua, en una “residencia” u hospedaje, que no amenazaba con caerse sino con pintarse de los colores desteñidos que daba identidad a la manzana: ocres, tonos rojos y naranjas que jugaban además con la puesta de sol  en la vecina montaña de Palonegro, vivía compartiendo una habitación,  el poeta Pablo Zogoibi con el “historiador Camargo” de temperamento y vida reservada.
Las “cariátides” que custodían la entrada al palacio, observadas por el gigantesco busto de Luis Carlos Galán, estarían en Bogotá esperando que Alejandro Galvís las trajera heridas como estaban, bajo el aplauso del Gordo Valderrama que se hacía cargo del suplemento dominical del periódico Vanguardia Liberal.


Notas
* Lonchería: es un negocio que en el ámbito local mezclaba cafetería con un lugar para hacer le “media mañana” o sea la comida antes del almuerzo, donde se ofrecía buñuelos con masato y génovas con ponimalta y mo-go-llas aliñadas.
“ “niñas” (se usaba ese nombre genérico para mencionar a mujeres jóvenes que trabajan atendiendo bares)
* Manzana: se decía a un conjunto de “cuadras” que componen un barrio.
Residencias: pasaba a ser hospedajes de encuentros de parejas, confundiendo-se con hospedajes de paso.
* Historiador Camargo: publicó varios libros de crónicas, y su nombre se perdió en los laberintos de la memoria.

* Jorge Valderrama: ocupó un lugar destacado en la cultura en Bucaramanga pues se le debe la gestión de la Biblioteca Pública.


EL POETA Y LA VIDA

Aunque nadie lo crea tengo un verde universo que sacar de la nada.
Aunque nadie lo crea, tengo un árbol que canta, un pájaro que habla y una fuente dorada que me brota del alma.
Aunque nadie lo crea yo también he frotado de Aladino la lámpara.
Aunque nadie lo crea, convertí el agua en vino una nupcial mañana.
Aunque nadie lo crea, una ilusión puso un día mil reinos a mis plantas.
Aunque nadie lo crea a la bella durmiente desperté con un beso de amor silencioso.

Pablo Zogoibi