(La leyenda de Ladislao)
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Víctor Manuel Niño Rangel
Víctor Manuel Niño Rangel (Bucaramanga, 1961)
Leyenda de Ladislao Gutiérrez: El señor Lea (2018)
Ilustración: Caros Andrés Pérez (2018)
...
Un señor llamado Ladislao
de tatarabuelos notables por sus servicios al país
y que por aires del destino
fue la vida su consumada Maestra
Era llamado Ladis Leo o Señor Lea
por los niños que salían a su encuentro
*
LadisLeo saludaba alegre
y no decía que su alma lloraba
La tristeza salía de su boca con una sonrisa
y de su mano la maestra tiza
con la que escribía Lea en muros y postes
o aún en algún rincón olvidado
Sentía el vacío de su hija
La niña que con tanto amor había cuidado
Ahora su recuerdo estaba en cada esquina
en cada casa de sus calles bumanguesas
y Ladisleo creía con toda bondad
que al alimentarla escribiendo en letra palmer “Lea”
Luego al acudir alguien a algún libro
su espíritu estaría contento y en la ciudad se vería…
Bien vestido con su traje de maestro
mostraba la riqueza humilde de Lea
en estas tierras donde nace todo el que llega
y donde la niña crecería e iluminaría…
Pero la niña es la mente
Decía Ladisleo de la hija de Lea
La que escribía en el muro donde a esa hora
se recostaba algún distraído muchacho
Caminaba hasta el atardecer
con lágrimas de Maestro tras su rostro
sonriendo en muros, postes y tableros
Señor Lea, le preguntaban los juguetones niños
¿ Dónde está Lea…?
Con su mirada de anteojos entusiastas
y su vientre preñado de libros
Diciendo:
Lea está en cada vez que Leo
y es cuando la niña sonríe…
Ya cansado cuando los focos
del barrio iluminaban las escaleras que tendría que trepar
Su espíritu se evaporaba en la noche del barrio
donde se escuchaba el llanto vacío de Lea
La encarnación de Lea en la tiza blanca
Que vagaba con un sutil encanto
Y entraba por las gentes que se habían impregnado de
La letra blanca que los minutos se llevaban
Silenciosamente.
...
Ladislao, había sido un maestro de escuela; ya pensionado se dedicó, como Alonso Quijano cuando descubrió que era el Quijote, a dejar un mensaje contundente a cada uno de sus conciudadanos Bumangueses: «Lea». Dicen los entendidos que tenía la vena quijotesca de su antepasado, que fue Presidente de la República: el General José Santos Gutiérrez, allá por mil ochocientos sesenta y ocho, fecha en que le declaró la guerra a Bélgica, por una pena de amor con una mujer de dicha nación europea, pero que para fortuna del país, tal misiva no llegó a su destino.
Ladislao fue declarado, el señor Lea, y ante la vista de transeúntes escribía en las calles, en las paredes, en los espejos y en las diferentes vitrinas de la ciudad, y ante quienes caminábamos por Bucaramanga, la palabra Lea. El autor de este corto mensaje era, de manera precisa, el gran Ladislao, el señor Lea de esta historia.
Pero sobre todo, los que más sorprendían al ver al Señor Lea, eran los niños y los más ancianos: él les decía: la vida se hace maravillosa al leer: Los niños y los ancianos, repetían la frase: la vida se hace maravillosa al leer. Y al caer la tarde, ante la maravillosa migración de seres alados a las palmas del parque García Rovira, Ladislao, siempre bien vestido; se alisaba su saco y enrollaba su corbata, y se despedía de los niños y ancianos que alegremente saltaban las jardineras del parque.
Ladislao se dependía alegre, pero yo presentía en mi alma de niño, que su alma lloraba; lloraba profundamente, y alzaba su vista ante esos seres alados, en los que los pericos formaban una algarabía que se perdía a esa hora con los ruidos de los carros que rodaban con las lámparas de la calle 36.
Al otro día, también con lo seres alados que llegaban a los arboles, alistaba su tiza de viejo maestro y comenzaba a escribir Lea en las paredes olvidadas del Centro. Alguna vez un amigo, conocedor de la historia del Señor Lea, me llevó a una pared arrinconada por el tiempo, y me dijo: mira lo que descubrí: era el mensaje del Señor Lea, escondido en el tiempo: lo examiné detenidamente, y cumplía con dos requisitos, estaba escrito en letra palmer y las líneas que describía la tiza, eran firmes pero no actuaban con el tiempo, aunque estaban un poco borrosas. Les faltaba alma; no tenía el espíritu de su hija: ese ser alado, al que él llamaba «la hada niña», y que con tanto amor había cuidado, al llevar el mensaje de Lea. Y que ahora su recuerdo estaba a punto de extinguirse, pero como una leyenda, resurgía en cada calle, en cada rincón de la ciudad. Mi amigo se quedó sorprendido. Es que la lectura es maravillosa, pues es el alimento del alma, decía Ladislao; y lo creía con toda bondad, que alimentaría a la comunidad dando su mensaje “Lea”. Luego al acudir alguien a algún libro, su espíritu estaría contento y en la ciudad se vería, pues esa hada niña crecería e iluminaría en su espíritu. MI amigo no creía que la lectura, sirviera para algo. Luego se fue pensando, que a estas alturas del siglo XXI, alguien podría creer en que al Señor Lea lo acompañara una hada niña que era el espíritu de su mensaje, tal como el espíritu de Don Quijote era su espada y rocinante. Pasó la noche reflexionando y luego dormido soñó con él: como la ilustración que me hizo un dibujante de este relato, la niña hada se le presentó a Ladislao en sus hombros, mientras este escribía Lea, en alguna parte. Pero por supuesto, le dijo Ladislao a mi amigo, quien quedó iluminado: ¡La niña hada es la mente!, y es cuando la gente lee. Leer es un acto maravilloso pues la mente cobra vida, se abre el mundo, despierta de su sueño de metal. Luego, el señor Lea, caminaba hasta el atardecer con lágrimas de Maestro tras su rostro sonriendo en muros, postes y tableros. Ladislao, le preguntaban los juguetones niños ¿ Dónde está Lea…? Con su mirada de anteojos entusiastas, y su vientre preñado de libros. diciendo: Lea está en cada vez que Leo, y es cuando la niña hada sonríe. Ya cansado cuando los focos del barrio iluminaban las escaleras que tendría que trepar, su espíritu se evaporaba en la noche del barrio donde se escuchaba el llanto vacío de Lea.Mi amigo se despertó y en sus ojos iluminaba la comprensión: La niña hada es le mente, y se alimenta con la lectura.