En 2.000. Realicé
un ciclo de conversatorios:
“poetas en visión de su voz”, siendo Consejero del
IMCT
y en la Sala de Conferencias de la Biblioteca Pública Gabriel
Turbay. y dejé Cuadernillos con los temas.
Relato Dánae
Dánae en vísperas de la celebración de sus quince
años, que habían coincidido con la pronta llegada de su primera menstruación,
tenía la superstición de creer que quedaría preñada ese mismo día; idea que se
la había reforzado una compañera de
clase que tuvo que abandonar el colegio por esa razón.
Esos días estuvo con fuertes dolores de estómago, hasta esa mañana en que
abordó el autobús escolar.
La conductora de la buseta escolar que llevaba a las niñas (ahora incluía niños)
cada mañana al colegio, mirando
desorbitadamente el reloj,
había recogido a Dánae.
El amanecer del viernes se había
cubierto de una neblina que ocultaba una bandada de loros. Dánae había
amanecido sintiéndose hinchada, un poco incómoda. El furgón arrancó pasando el
semáforo que señalaba amarillo, luego siguió por una desviación. Luego la joven
pasó al puesto de copiloto que siempre ocupaba, fingiendo alegría y además para
evitar las miradas insistentes de algunos chicos que se sentaban en el
intermedio. La conductora no la miró siguiendo su marcha por las vías en caracol.
Ayer antes de acostarse, permanecía
sentada en un sillón hasta que un grito a su madre la alejó; ella había
intentado que le hablara ( su padre la observaba desde el fondo de la
habitación).
Días atrás había sentido la hinchazón de sus senos, entonces se dio cuenta que
le habían crecido un poco más.
Siempre le había gustado sentir el vértigo de la velocidad mientras miraba como
la conductora direccionaba el timón a cada curva de la vía.
Pero viernes, precisamente viernes esbozaba una lejana sonrisa; sus ojos ausentes,
su respiración en su silencio acostumbrado. La ciudad se alejaba a toda
velocidad por entre las escarpas erosionadas que eran divididas por la estrecha
carretera.
Avanzaba el mes de mayo sin que las
temporadas de lluvia iniciaran. De la radio se escuchaba una canción de Justin
Bebier que hacía sonreír a Dánae al recordar al chico de la película “mi pobre
angelito”. Trató de poner en práctica sus lecciones de inglés para traducir lo
que decía la canción. Parecía ser una oda a la madre del cual el título no
tenía nada que ver con el contenido. Luego pensó en su padre, en la ira que
desató en ella su madre cuando insinuó que no le daba dinero; no le importaba
que le diera sólo un poco cada vez que
le pedía y que se quejara luego que le había dejado los bolsillos limpios.
Le celebrarían en unos días su cumpleaños; de entrada se escucharía “quinceañera” de Thalia; la había escuchado creyendo en un sentido oculto de la letra.
Dudaba si hubiera querido que su padre le pusiera de entrada la canción de “de niña a mujer”. Acaso esa canción le
parecía cursi, más no así a su amiga de pupitre… Reflexionaba en esa frase de
la canción:
“Ahora me enciende como un sol la primavera
mis sueños se convierten en promesas”
Que ridículo -se decía- si siempre hemos
vivido en el trópico y mi única promesa es ser la primera de la escuela…
¡Odio que celebren mis quince años! –Le decía a su amiga-
“Toda
mi vida soñé – Le respondió a Dánae- con
un vestido blanco, un Chambelán; mis amigos y por su puesto el Vals... Me falta
poco para…Y mis padres al menos me cortaran un pastel…
¿Dánae, tu Chambelán será Zen?” Le
disparó la pregunta a Dánae mientras
estiraba su cabeza hacia el puesto de copiloto. Faltaban pocos minutos para la
siete de la mañana.
(Dánae pensaba mucho en su padre y en su madre que no se
habían dado cuenta o no habían querido saber que se acercaba… – O ella lo pensaba-
su primera menstruación. Su abuela
materna que era la que se ocupaba de Ella parecía no interesarle).
Me son indiferentes los hombres –Le respondió- mientras su amiga miraba atrás
buscando la sonrisa cómplice de Zen.
Bailaría toda la música que se cruzara
por sus pies, como su madre; al bailar con su padre trataría de adivinar en ciertos gestos de él
un silencioso reproche.
Ayer también había tragado la pastilla
que le dio Diana y se acostó temiendo que una repentina llegada de su
menstruación mancharía el piso con la sangre que resbalara de sus pies; no
sabía cómo estar contenta si al llegar a la fertilidad quedaría esperando un
bebé ( Al otro día de haberse convertido en mujer debía verse con Zen); la
llegada de su primera menstruación la preñaría. Eso le había pasado a Afroda.
Diana se sentaba en el puesto de entrada al furgón; no le había contado a Dánae que se había hecho mujer antes de cumplir sus
quince años ( La sorpresa de Dánae hubiera sido mayúscula).
Cuando le empezaron unos fuertes dolores de estómago, se paró frente al espejo
en su cuarto y vigiló un largo rato.
El embarazo de Afroda no la había asustado tanto… pero Diana no le había dicho
que sus padres le celebraron su primera menstruación. La madre dio la noticia a los allegados, familiares,
que la telefoneaban; luego se encerró en su cuarto cuando sus primos la miraban
con extrañeza.
Zen se sentaba al lado del que fue Chambelán de Afroda; algo le murmuró Dánae a
Diana, y Diana a su vez volvió nuevamente a mirar a Zen quien le respondió con
una leve sonrisa mientras miraba a su amigo.
¿Así que mañana sábado ensayarás el Vals con Zen…?
Cuando Dánae vio a lo lejos una espesa neblina empezó a tomar fotos; captó el
momento en que un loro chocaba en el parabrisas del lado de la conductora… Con
voz temblorosa decía que dedicaría el día a buscar el regalo en homenaje a la
madre, mientras el furgón se perdía a toda velocidad entre la neblina y una
fuerte lluvia que se había desatado.