Nunca me había pasado, en mis tutoriados sentimientos, que me entusiasmara genuinamente con un poeta.
En mis años de lector de poesía la simulación de acudir a los renombrados me acogía con la esperanza de untarme de autenticidad.
Llegado a las puertas de los no reconocidos en la antesala de los ancianos de repente la cera de mis orejas se remueve con la voz de Rafael Cadenas: es simple, me invita a «ser viviente», no quería reconocer en su apellido el trabajo al personal vuelo.
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