2- Presentación del tallerista.
Por Daniel Santiago Castro
(5 minutos)
3. Presentación de asistentes (Nombre, ocupación y motivaciones de asistencia)
10 minutos
3-Programa del Taller
Novelista Miguel Ángel Manrique
a.Introducción
Reflexión sobre el oficio de escribir
---Sus tensiones
-La escritura es su manera de pensar, de mirar, de habitar la experiencia
(Explorar la escritura como herramienta de expresión, memoria e imaginación: una forma de dar cuerpo a la experiencia, de nombrar lo que importa, de formular preguntas y emociones desde la singularidad de una voz propia)
b-Inquietudes generales del taller
¿Hasta qué punto es válido el reportaje, el diálogo, el relato intercalado, y elementos de ensayo en la escritura de una novela?
¿Cómo encontrar en la propia narrativa un autorreconocimiento? ¿un lograr me gusta mi propia obra?
¿Cómo lograr ordenar coherentemente la historia en la escritura de una novela, no caer en la ambigüedad y el caos?
(30 minutos)
b- Preguntas de los asistentes (interrogantes acerca del proceso de creación llevado)
(20 minutos)
c-espacio de escritura
(20 minutos)
3-Despedida
....................
4-Tres asistentes al taller presentaron cuestionamientos generales a su propio proceso de escritura.
1- Daniel Santiago Castro
Tomar y mezclar ideas tan contrarias como el placer y la represión; la violencia y la religión, no me ha sido fácil. Plantear un mundo donde el placer mata y la represión de nuestros deseos también, ha sido un proceso tanto emocionante como retador a la hora de aterrizar las ideas; de hallar un equilibrio entre la crítica y la reflexión, la historia y su trama, lo fantástico y lo real, como una travesía investigativa y creativa que ha sido tan interesante como laberíntica.
Creo que no soy el único que siempre ha deseado, más que contar una historia, contar todo un mundo lleno de historias, con grandes personajes y grandes conclusiones; de esas que no poseen un matiz específico; sino millares, como la misma realidad.
Teniendo ese objetivo claro dentro de la novela, ese de encontrar una gran complejidad narrativa, se plantea las preguntas:
a.¿cómo lograr encontrar el orden a la hora de contar una historia tan rica en complejidad como lo es la novela?
b. ¿Cómo lograr no caer en la ambigüedad?
c.¿Cómo no perderse?
2- Aquiles Eduardo león Florez
-Labora en Administración Pública en las áreas de Educación y Proyectos. Gestor Cultural de Pamplona, donde es el Director de la Tertulia en Lectura Crítica MITO.
-Poeta invitado al III Festival Internacional de Poesía de Funza en Octubre de 2022.
-Ocupó el segundo lugar en el Concurso Nacional de Cuento de Ciencia Ficción organizado por EPM en 2023 con el cuento: “El Metaverso psicológico”. Seleccionado en la convocatoria 99 +1 de Nueve Editores con el microrrelato: “El Renacido”.
PREGUNTA
¿Qué es más recomendable: construir la trama de la novela como una arquitectura detallada, con escaleta y sabiendo de antemano el final, o construir la trama dejando que fluya sola, que se construya por sí misma mientras se escribe por etapas y asimismo dejar que el final nos sorprenda?
Tengo 3 novelas inéditas, pero me parecen muy regulares, la verdad. No me satisfacen.
GRACIAS MAESTRO, ME HONRA SU LECTURA Y LE COMPARTO ESE PEDAZO, PORQUE LO ESTABA TRABAJANDO EN TEMA DE GUIÓN LARGO, PERO IGUAL ESTÁ EN PROCESO.
Reitero el agradecimiento.
*Planteamiento sugerido por director de taller
[1:18 p.m., 29/9/2025] V. Manuel:
"Hola Aquiles, me parece que tu pregunta esencial (y búsqueda) está en encontrar en la propia narrativa un autoreconocimiento ... Un me gusta mi propia obra.
[1:20 p.m., 29/9/2025]
V. Manuel: Ya este sábado a las 5 pm. es la sesión del taller de Novela. Me ✍️ parece que está es una gran cuestión como también podría serlo para mí, lo ☝️ arriba destacado...
3. FIDEL MARTINEZ ( Gidel Fidel)
Nacido en Bucaramanga (marzo 5 de 1959)
Gestor Cultural
Licenciado Educación
Mención Desarrollo Cultural UNESR.
Diplomado Conservación y Valoración del Arte Rupestre UNEFM.
Diplomado Cartografía y Espejos U. Javeriana.
Miembro Casa Sociedad Bolivariana de Historia de Venezuela
Escritor Narrativa histórica ficcionada y Narrativa Creativa
Viajero observador de la vida, el tiempo y las expresiones culturales de la humanidad.
.......
Preguntas
Dificultad para enlazar escenas en el tiempo.
La habilidad o destreza para el manejo de los tiempos en escenas, sin recurrir a demasiadas explicaciones.
Creo que debe ser un espacio que aplique la teoría de la curiosidad, donde el lector descubre el nivel o grado de secuencia temporal utilizado por el escritor, de esta manera el lector se incluye dentro del hecho o escena que el escritor relata.
Está secuencia en el relato debe ser muy sutil, sin necesidad de utilizar cadenas de palabras, que en lugar de guiar, entorpecen y desorientan al lector.
....
Las tres lecturas recomendadas en este taller:
Love, Las preocupaciones y el ser humano siempre estará solo, me han servido para aclarar mi percepción con respecto al tema planteado sobre la interacción de las escenas con respecto al tiempo en la narración
...
Fotos del Taller
Textos de Estudio
TALLER DE NARRATIVA
ANTOLOGÍA DE TEXTOS
I
DOS TIPOS DE ESCRITORES
George R. R. Martin
Creo que hay dos tipos de escritores, los arquitectos y los jardineros. Los arquitectos planean todo con antelación como si construyeran una casa. Saben cuántas habitaciones va a tener, qué tipo de techo, dónde van los cables, qué tipo de plomería llevará. Ellos tienen todo el plano diseñado, incluso, antes de clavar la primera puntilla.
Los jardineros cavan un agujero, arrojan una semilla y la riegan. Ellos saben qué semilla es, saben si plantaron una semilla de fantasía o de misterio o la que sea. A medida que la planta crece, la riegan, pero no saben cuántas ramas va a tener. Lo descubren a medida que crece.
Y soy mucho más jardinero que arquitecto.
***
II
LO QUE ESTÁ A MEDIAS, SERÁ COMPLETADO
Lao-tse tomadas del Tao Te King
Lo que está a medias, será completado.
Lo que está torcido, enderezado.
Lo que está vacío, llenado.
Lo que está viejo, renovado.
Quien tiene poco, recibirá.
Quien tiene mucho, perderá.
Por eso, el Sabio
abraza la Unidad
y sirve de ejemplo al mundo.
No pretende lucir por sí mismo
y alcanza la iluminación.
Él mismo no pretende ser nadie,
y brilla.
No se vanagloria,
por ello acaba sus obras.
***
III
ALGUNAS COSAS QUE TUVE QUE HACER PARA EVITAR IRME POR LAS RAMAS
John Steinbeck
1. Abandona la idea de que terminarás algún día. Pierde la cuenta de las 400 páginas y escribe una página diaria, eso ayuda. Después, cuando hayas terminado, siempre te sorprenderás.
2. Escribe libremente y tan rápido como sea posible, echando todo al papel. No corrijas o reescribas hasta que hayas escrito todo el libro. Las correcciones hechas durante el principio de la creación son, por lo general, excusas para no seguir adelante. Además, influyen en el flujo y el ritmo, que sólo pueden ser fruto de una especie de asociación inconsciente con el tema.
3. Olvida a tu auditorio general. Primero, ese auditorio anónimo y sin rostro te atemoriza terriblemente y, segundo, a diferencia del teatro, ese auditorio no existe. Al escribir, tu auditorio es un lector único; he descubierto que a veces resulta útil escoger a una persona: una persona real a la que conoces o una persona imaginaria y escribir dirigiéndose a ella.
4. Si una escena te parece difícil y aun así piensas que la quieres incluir, déjala y continúa. Cuando termines de escribir la totalidad podrás regresar y quizá encuentres que había presentado tantas dificultades porque no se encontraba en su lugar.
5. Desconfía de una escena que te guste demasiado, más que las otras. Por lo general resulta ser una imposición.
6. Si escribes diálogos, repítelos en voz alta a medida que los vayas escribiendo. Sólo entonces obtendrás el sonido del diálogo.
***
IV
EL ESCRITOR Y EL POZO
Ernest Hemingway
Un escritor puede compararse con un pozo. Hay muchas clases de pozos, como las hay de escritores. Lo importante es que haya buena agua en el pozo, y es mejor sacar de él una cantidad regular en lugar de dejarlo seco y esperar que vuelva a llenarse [...] El pozo es donde está el "jugo" de uno. Nadie sabe de qué está hecho, y uno mismo menos. Uno sólo sabe si lo tiene o si tiene que esperar a que vuelva.
***
V
DOS TIPOS DE HISTORIA
Patrick Rothfuss
Si quieres escribir una historia de fantasía con dioses nórdicos, robots sensibles y dinosaurios telepáticos, puedes hacerlo. ¿Quieres incluir un vampiro y un unicornio transexual mientras estás en ello? Adelante. Nada está fuera de los límites.
Pero la posibilidad interminable del género es una trampa. Es fácil distraerse con los accesorios brillantes disponibles y olvidar lo que se supone que debes hacer: contar una buena historia.
No me malinterpreten, la magia es genial. ¿Pero una madre nerviosa que canta a su niño en la noche mientras que algo se mueve tranquilamente a través de la oscuridad fuera de su casa? Eso es una historia. Manejada adecuadamente, es más dramática que cualquier apocalipsis o ejército Goblin.
***
VI
UN ACTOR SE PREPARA, DIRÍA STANISLAVSKI; ¿CÓMO SE PREPARA LA ACTRIZ Y CÓMO LO HACE LA ESCRITORA?
Jessie Burton
En el teatro es mucho más fácil: estás en un aula con un grupo de gente, seis semanas antes de mostrar la obra. Cuando termino una novela, no me acuerdo cómo lo he hecho, es como una ausencia, me siento como perdida: el año pasado fue 2015, pero siempre estoy diciendo que fue 2014, porque el año pasado escribí una novela. Eso no es bueno, tengo que aprender a manejarlo mejor. La preparación para mí es: tengo una idea, veo si puede llegar a algún lado, pero no pienso mucho. Suena horrible, lo sé, pero es que hay que hacerlo. Escribir una novela es un acto físico, es pura disciplina, sudor. En la primera novela cometí muchos errores, tuve que repasarla diecisiete veces. Con la segunda, hubo más claridad en mi mente. Cuando alguien me pregunta: ¿Cómo haces para escribir una novela? Yo le respondo: ¡sálvate, no lo hagas! Es muy difícil, es como mirarte en el espejo, muy profundamente dentro de ti mismo. Eso puede ser muy doloroso.
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VII
COMO UN SUEÑO QUE FLORECE
Carson McCullers
Las dimensiones de una obra de arte rara vez son comprendidas por el autor antes de terminar de escribirla. Es como un sueño que florece. Las ideas crecen, germinan lentamente; y miles de iluminaciones se producen, día a día, a medida que una obra progresa. Una semilla crece en la escritura del mismo modo que lo hace en la naturaleza. La semilla de una idea se desarrolla por obra del trabajo y del inconsciente, y por la misma lucha que se produce entre ambos. [...] Para mí, esas iluminaciones son la gracia del trabajo. Toda mi obra se gestó de esa manera. Hay al mismo tiempo peligro y belleza en que un artista deba depender de tales iluminaciones. Después de meses de confusión y labor, cuando la idea por fin ha comenzado a florecer, es una confabulación divina. Siempre proviene del inconsciente y no puede ser controlada.
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VIII
LA TENTACIÓN DEL FRACASO (4 DE NOVIEMBRE DE 1958)
Julio Ramón Ribeyro
A punto de terminar mi novela (Crónica de San Gabriel). Me faltan apenas cuatro o cinco páginas. Avanzo a una réplica por día. Escribo fríamente, como si se tratara de concluir una obra ajena. Hay algo en esta novela —mucho tal vez— que no me pertenece. Leticia es un personaje viviente. Es el único que desde el comienzo no me ha obedecido y ha hecho de mí un servil perseguidor de sus antojos. ¿Consistiría en eso el secreto de la creación novelística? Mis dudas acerca del éxito de esta novela me atormentan. Creo que habrá un público para ella, pero desgraciadamente será un pequeño público. Desde ahora preveo críticas más agrias: desconocimiento del ambiente, ignorancia de los problemas sociales, exceso de fantasía, etc. Pero a mí, esta vez, no me interesa más que el juicio de los literatos. Los sociólogos y los etnólogos me demolerán. Si deseo que triunfe es solamente para justificar ante mí tanto tiempo, tantas ocasiones perdidas. El "reino perdido" no es en realidad el que figura en la novela: es el tiempo del escritor, los innumerables días de belleza que sacrifiqué por imaginar esas historias.
He encontrado en Montaigne una frase que me puede servir de epígrafe: «No enseño nada, cuento...».
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CONSEJOS PARA ESCRITORES
Anton Chéjov
1. Uno no termina con la nariz rota por escribir mal; al contrario, escribimos porque nos hemos roto la nariz y no tenemos ningún lugar al que ir.
2. Cuando escribo no tengo la impresión de que mis historias sean tristes. En cualquier caso, cuando trabajo estoy siempre de buen humor. Cuanto más alegre es mi vida, más sombríos son los relatos que escribo.
3. Dios mío, no permitas que juzgue o hable de lo que no conozco y no comprendo. No pulir, no limar demasiado. Hay que ser desmañado y audaz. La brevedad es hermana del talento.
4. Lo he visto todo. No obstante, ahora no se trata de lo que he visto sino de cómo lo he visto.
5. Es extraño: ahora tengo la manía de la brevedad: nada de lo que leo, mío o ajeno, me parece lo bastante breve.
6. Cuando escribo, confío plenamente en que el lector añadirá por su cuenta los elementos subjetivos que faltan al cuento.
7. Es más fácil escribir de Sócrates que de una señorita o de una cocinera.
8. Guarde el relato en un baúl un año entero y, después de ese tiempo, vuelva a leerlo. Entonces lo verá todo más claro. Escriba una novela. Escríbala durante un año entero. Después acórtela medio año y después publíquela. Un escritor, más que escribir, debe bordar sobre el papel; que el trabajo sea minucioso, elaborado.
9. Te aconsejo: 1) ninguna monserga de carácter político, social, económico; 2) objetividad absoluta; 3) veracidad en la pintura de los personajes y de las cosas; 4) máxima concisión; 5) audacia y originalidad: rechaza todo lo convencional; 6) espontaneidad.
10. Es difícil unir las ganas de vivir con las de escribir. No dejes correr tu pluma cuando tu cabeza está cansada.
11. Nunca se debe mentir. El arte tiene esta grandeza particular: no tolera la mentira. Se puede mentir en el amor, en la política, en la medicina, se puede engañar a la gente e incluso a Dios, pero en el arte no se puede mentir.
12. Nada es más fácil que describir a las autoridades antipáticas. Al lector le gusta, pero sólo al más insoportable, al más mediocre de los lectores. Dios te guarde de los lugares comunes.
13. Lo mejor de todo es no describir el estado de ánimo de los personajes. Hay que tratar de que se desprenda de sus propias acciones. No publiques hasta estar seguro de que tus personajes están vivos y de que no pecas contra la realidad.
14. Escribir para los críticos tiene tanto sentido como darle a oler flores a una persona resfriada.
15. No seamos charlatanes y digamos con franqueza que en este mundo no se entiende nada. Sólo los charlatanes y los imbéciles creen comprenderlo todo.
16. No es la escritura en sí misma lo que me da náusea, sino el entorno literario, del que no es posible escapar y que te acompaña a todas partes, como a la tierra su atmósfera. No creo en nuestra intelligentsia, que es hipócrita, falsa, histérica, maleducada, ociosa; no le creo ni siquiera cuando sufre y se lamenta, ya que sus perseguidores proceden de sus propias entrañas. Creo en los individuos, en unas pocas personas esparcidas por todos los rincones -sean intelectuales o campesinos-; en ellos está la fuerza, aunque sean pocos.
***
DIARIOS (19 DE ENERO DE 1911)
Franz Kafka
Dado que parece que estoy acabado de raíz -en el último año no me he despertado más de cinco minutos-, cada día tendré que desear mi desaparición de la Tierra, o bien habré de comenzar desde el principio como un niño pequeño, sin que pueda ver en ello la menor esperanza. Externamente me resultaría ahora más fácil que en aquel entonces, pues en aquellos tiempos apenas avanzaba yo con una leve idea hacia una representación que de palabra en palabra estuviera conectada con mi vida, que yo pudiera atraer a mi pecho y que me arrastrara de mi asiento. ¡De qué forma más calamitosa comencé (aunque incomparable con la actual)! ¡Qué frío me perseguía días enteros procedente de los textos escritos! ¡Cuán enorme era el peligro y qué poco interrumpido parecía, que no noté en absoluto ese frío, lo que sin embargo no disminuía en absoluto mi desgracia!
En cierta ocasión tenía pensada una novela en la cual se habían de enfrentar dos hermanos, uno de los cuales emigraría a América, mientras el otro permanecía en una cárcel europea. Sólo comencé alguna que otra frase desperdigada, pues en seguida me sentí fatigado.
Así, un domingo por la tarde, cuando nos encontrábamos de visita en casa de los abuelos y después de haberme comido un pan especialmente blando y untado con mantequilla que nos acostumbraban a ofrecer allí, también escribí algo sobre mi cárcel. Es bien posible que lo hiciese ante todo por presunción y que, moviendo la hoja de papel sobre la mesa, dando golpecitos con el lápiz, mirando a quienes me rodeaban, quisiese provocar que alguien me quitara lo escrito, lo contemplara y me alabara.
En aquellas pocas líneas se describía primordialmente el corredor de la cárcel, ante todo el silencio y el frío que reinaban en ese lugar. También se decía alguna palabra compasiva sobre el hermano que quedaba atrás, por tratarse del hermano. Quizás tuviera un momentáneo sentimiento de la futilidad de mi narración, sólo que antes de aquella tarde nunca me había fijado mucho en tales sentimientos cuando me encontraba sentado junto a los parientes, a los que estaba acostumbrado (mi temor era tan grande, que la costumbre ya me hacía medio feliz), en torno a la mesa en la habitación conocida, sin poder olvidar que yo era joven y elegido para grandes cosas.
Un tío mío, a quien le gustaba reírse de los demás, me quitó por fin la hoja de papel que yo apenas sostenía, la contempló de pasada, me la devolvió, incluso sin reír, y a los demás, que habían estado observando sus movimientos, les dijo “lo de siempre”, pero a mí no me dijo nada. Me quedé sentado y seguí inclinándome, como antes, sobre el ahora inservible papel, pero había quedado expulsado de un solo golpe de la sociedad. La sentencia del tío se fue repitiendo en mí con un significado ya casi real, e incluso dentro del sentimiento familiar llegué a tener una visión del frío espacio de nuestro mundo, al que yo habría de dar calor con un fuego que todavía tenía que buscar.
***
EL DECÁLOGO
Juan Carlos Onetti
I.
No busquen ser originales. El ser distinto es inevitable cuando uno no se preocupa de serlo.
II.
No intenten deslumbrar al burgués. Ya no resulta. Éste sólo se asusta cuando le amenazan el bolsillo.
III.
No traten de complicar al lector, ni buscar ni reclamar su ayuda.
IV.
No escriban jamás pensando en la crítica, en los amigos o parientes, en la dulce novia o esposa. Ni siquiera en el lector hipotético.
V.
No sacrifiquen la sinceridad literaria a nada. Ni a la política ni al triunfo. Escriban siempre para ese otro, silencioso e implacable, que llevamos dentro y no es posible engañar.
VI.
No sigan modas, abjuren del maestro sagrado antes del tercer canto del gallo.
VII.
No se limiten a leer los libros ya consagrados. Proust y Joyce fueron despreciados cuando asomaron la nariz, hoy son genios.
VIII.
No olviden la frase, justamente famosa: 2 más 2 son 4; pero ¿y si fueran 5?
IX.
No desdeñen temas con extraña narrativa, cualquiera sea su origen. Roben si es necesario.
X.
Mientan siempre.
XI.
No olviden que Hemingway escribió: “Incluso di lecturas de los trozos ya listos de mi novela, que viene a ser lo más bajo en que un escritor puede caer.
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MIGUEL ÁNGEL MANRIQUE
Love
novela
Si bien la Tierra es un lugar, no es en absoluto el único lugar. No llega a ser un lugar normal porque, como lo expresó con claridad el escéptico profesor Carl Sagan, la mayor parte del Cosmos está vacía. El único planeta habitado es un minúsculo grano de roca y me- tal que brilla débilmente gracias a la luz que refleja del Sol. Un mundo azul y blanco, diminuto y frágil, bello y raro, perdido en un océano cósmico cuya vastedad supera nuestras imaginaciones más audaces. Una mota de polvo que da vueltas a una vulgar estrella situada en el rincón más remoto de una oscura galaxia, y que viaja a miles de kilómetros por hora. Una pelusa de su- ciedad en la que surgen y desaparecen cantidades in- calculables de animales, flores, imperios y culturas. Una brizna de hierba en la que conviven millones de per- sonas con problemas de envejecimiento y fecundidad. Una migaja de pan, sobre un mantel infinito, dividida en países azotados por la sequía, la guerra, las dicta- duras, la deforestación, los desastres naturales, la mi- seria, el hambre, la desigualdad y el aburrimiento; que apenas deja otra opción que emigrar o morir. Un grano de arena en el que alguien siempre va a gritar: «¡Vuél- vanse a su país o vayan a comer a Taco Bell!». Una ca- nica azul en la que aparecen y desaparecen pueblos,
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paisajes y ciudades cuyo final nadie va a lamentar. Los seres humanos seguirán atormentándose, preocupados más por el instante que por la eternidad. Si en el pa- sado no se inquietaron por cuestiones nimias, como el zumbido de una abeja o el canto de un pájaro, menos se van a inquietar ahora por mí, que estoy despierto, mirando el cielo por la ventana de la habitación, escu- chando a Ana Buenaventura, mi madre, decir ebria, al teléfono: «Antonio, ven por las cosas de tu padre». En uno de sus arrebatos de limpieza, Ana me llamó para decirme que fuera a recogerlas porque, de lo contra- rio, las tiraría a la basura. No obstante, las conservó en una caja de cartón que por años acumuló polvo en un rincón del estudio, que se convirtió en su taller de pintura. Sospecho que se encontró con fotos, cartas, y recuerdos de los viejos amores de Braulio. Los se- res humanos como ella no disfrutaban, como yo, de la mañana soleada de este estupendo día de abril. En una perspectiva cósmica, recordé las palabras del profesor Sagan, la mayoría de las preocupaciones humanas eran insignificantes e, incluso, frívolas.
Un día Braulio, mi padre, me habló de la muerte, citando a no sé quién: «Antonio, la muerte no encie- rra misterio alguno, no abre ninguna puerta. Es el final de un ser humano. Lo que sobrevive de él es lo que ha conseguido dar de sí a los demás; lo que de él se guarda en la memoria de los otros».
El día brillaba como un limón recién lavado. Me senté con las piernas cruzadas sobre el tapete del taller, y retiré la tapa de la caja de cartón. Lo primero que vi fue una bolsa gris de una tienda de música con decenas
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de sobres estampillados. Eran cartas manuscritas que en una época intercambió con sus amigos, la familia y Ana. La mayoría de los sellos eran de España. Había otros de Berlín, uno de Israel, dos de Manhattan y va- rios de Londres.
Las cartas más antiguas estaban fechadas en 1987. Traían sellos con el rostro juvenil del rey Juan Carlos I de Borbón, y se las escribió un viejo amigo del cole- gio, cuando creían que la amistad les iba a durar para siempre. Algunos sobres, con una variedad de sellos simbólicos, en homenaje al compositor Franz Schubert, al pintor Helmut Kolle y a la profetisa Hildegard von Bingen, provenían de Alemania. Dos epístolas las escri- bió una tal Delia; otra, un viejo compañero del ejército que estuvo en el Sinaí; otras eran de antiguas novias; también había cartas de mi abuela y mis tías. Había fo- tos de Pablo Avendaño, Calvache y Nani Aguilar.
Una carpeta amarilla contenía documentos ob- soletos: certificados de la universidad, solicitudes de préstamos, extractos de movimientos bancarios, cartas al director de una institución solicitando la aprobación de una beca de estudios, hojas sueltas con poemas ma- nuscritos, los tiquetes de avión de Alitalia de ida y re- greso, que le costaron un millón seiscientos setenta y cuatro mil ochocientos dieciséis pesos, comprados en la agencia de viajes de mi abuelo materno.
Encontré un ejemplar del fanzine alternativo Alan Smithee, dedicado a Santo, El Enmascarado de Plata; entradas al Museo Nacional Arqueológico de Tarra- gona, cada una a ciento cincuenta pesetas, y al Museo de la Erótica que le daba un obsequio especial por la
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visita; publicidad del Diamano Club, un bar senegalés en la Calle Mercé 31, y del London Bar que presentaba «Una noche de sonrisas» con Eli Bertran, Abel-Alem y Anna Grey.
Había postales con imágenes de Gaudí; tarjetas multiviaje de los ferrocarriles de la Generalitat de Ca- taluña; recibos del Café Jamaica; una invitación a la ex- posición de grabados de Cristina Calderón, esculturas de Josep Cerdá y joyas de Milena Trujillo; la progra- mación cultural de «La aventura de leer» con prólogo de Pasqual Maragall, y de la escritora María Barbal; unas servilletas de Il Caffè di Roma con dibujos de al- guien que firmaba como Love, y con los títulos de los poemas que Braulio escribió.
Vi una invitación a un desfile de modas de jóvenes diseñadores en el Centro Cultural La Santa; un cupón viajero de autobuses Via Carsa, a Olot, por un valor de ocho mil trescientas cincuenta pesetas; tarjetas me- tropolitanas para tomar el bus o el metro; una caja de condones con sabor a fresa; decenas de facturas del Hotel Presidente, a donde solía ir con Ana; publicidad del Mueble Colonial con la dirección y el correo elec- trónico de Calvache escritos al respaldo; una entrada a la discoteca de tres ambientes llamada Raíces Salsa, en la Calle Consejo de Ciento 296; y una nota de Pa- blo Avendaño escrita en una hoja, arrancada de una li- breta, reclamándole un desplante: «Braulio: ¿qué habré hecho yo para que me dieras una patada en el culo?».
Había también unas entradas del cine Icaria para la película The Full Monty; un boleto del Euskotren: «Vamos en tu misma dirección»; una entrada al Teatro
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Nacional de Cataluña a ver Guys & Dolls, dirigida por Mario Gas, basada en un clásico de Broadway de los años cincuenta; papeles con nombres, direcciones y te- léfonos de personas que conocía; y un recorte del pe- riódico Evening Standard con el horóscopo en inglés: Aries (21 March-20 April, 1996). You have given a great deal of yourself to a brave and innovative idea that has so far shown little return. Now the question is whether you have been wasting your time. Rest assured you have made greater advances than you would ever have drea- med of – as next week’s Full Moon would reveal. For your weekly in-depth forecast, call: 0891 666 043.
El mensaje era claro: «Aries (21 de marzo - 20 de abril, 1996). Usted se entregó a una idea valiente e inno- vadora que hasta ahora mostró pocos resultados. ¿Ha estado perdiendo el tiempo? Tenga la seguridad de que logró avances que nunca hubiera soñado, como lo re- velará la luna llena de la próxima semana. Para su pro- nóstico semanal en profundidad, llame al: 0891 666 043».
Encontré separadores de libros de «La Aventura de Leer» y de la «Biblioteca de Letras»; decenas de ne- gativos de fotos; postales y cartas de mi abuela recla- mándole por su silencio; varios folletos: de la exposición «Escultura y Diseño» en Milán, Italia, escrito en inglés, japonés e italiano; del Museo Guggenheim de Bilbao, en español, con fotos de obras de De Kooning, Severini, Rothko, Serra y Chagall; el mismo en euskera; y de la gran exposición «Ciudad & Cómic», en Montalegre 5.
Publicidad de Fashion by Llongueras, donde rea- lizaban higiene facial y masajes corporales; un sobre con los documentos y fotos de un tal Jordi Pérez; unas
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hojas de cuaderno con direcciones y cuentas; otro fo- lleto de la colección de arte del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía; y el aviso de alquiler de un aparta- mento: «Compañero/a de piso a partir de 1o de mayo. Soleado, grande (sala de estar, 35 m2, con chimenea), todo equipado, calefacción de gas y terraza con plan- tas, 22.000 pts./mes, sin gastos».
Los ejemplares mohosos del The Times, The Guar- dian, El País y La Vanguardia del 1o de septiembre de 1997; tres libretas con los borradores de unos poemas; otra con un diario incompleto; unas hojas sueltas con más poemas; y la pequeña bolsa de cuero que se col- gaba en el cuello, que pensó que lo sacaría de apuros, si las confeccionaba y las vendía al por mayor.
Seguí esculcando.
Apareció un anuncio en papel de cuaderno que seguramente arrancó de un muro:
«Love busca un amigo»
En el fondo de la caja encontré un sobre marcado con una dirección en El Guinardó. Contenía unas ho- jas impresas, grapadas. Me recosté en el sofá para ojear- las. En la portada, Braulio había tachado unos títulos: La Calle del Olvido, Viaje al fin del amor, Balada del viejo amor, Si has de burlarme luego fugitivo, Tiempo para el amor, Fragmentos de una balada de desamor, y garabateado a mano: Love.
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Miguel Ángel Manrique, Las preocupaciones. Bogotá: Taller de Edición Rocca, 2018.
LAS PREOCUPACIONES
MIGUEL ÁNGEL MANRIQUE
Nena, vamos a casarnos, hemos estado solos demasiado tiempo.
LEONARD COHEN & SHARON ROBINSON
Los habitantes de Montes de María, un villorrio sofocante ubicado en la serranía de San Jacinto, solían despertarse con el canto de los pájaros para preparar el café cerrero que se tomaban antes de salir a trabajar a las fincas. Sabían cuándo era mediodía, por la ausencia de sombras, y cuándo comenzaba el ocaso, por el coro de las cigarras.
Desconocían las direcciones. Ubicaban por instinto la tienda, la botica, la carnicería, el hospital y la plaza principal. Como el tiempo abundaba, disfrutaban de la siesta en hamaca, de largas jornadas de dominó y de la conversación amable, espatarrados en mecedoras de mimbre.
En los Montes de María el tabaco era más legendario que el tabaco cubano, la yuca daba para el sustento y las maticas de marihuana crecían silvestres en los solares de las casas.
Los temas de conversación cotidianos eran los amores difíciles, el honor de las familias y la política del país. «Cuando los toros saltan a la arena, el más cobarde se enguapetona», compuso un poblador. Las noticias las transmitían los juglares acompañados de la guitarra.
1
Miguel Ángel Manrique, Las preocupaciones. Bogotá: Taller de Edición Rocca, 2018.
Así se enteraron de la llegada de Rodríguez.
La chimenea despedía el humo producido por la coraza quemada de un armadillo. Teresa atizaba el fuego del horno de leña en el que se asaba el animal, cuando por la ventana de la cocina vio venir al hombre que cargaba un maletín de cuero desgastado.
—Ahí viene el profesor de Filosofía —dijo la madre. —¿Cómo sabes qué enseña? —preguntó Teresa. —Me lo contó un pajarito esta mañana.
—¿Qué más sabes?
—Que es soltero.
—¿Qué más?
—Ay, hija, que todo es ilusión.
—Eso ya lo sabe todo el mundo.
Había viento y cenizas en el viento.
Teresa siguió avivando el fuego con la tapa de una olla, le dio la
vuelta al armadillo y cogió una escoba. Rodríguez había llegado a Montes de María a trabajar como profesor de Filosofía en el Colegio Departamental. Cargaba con un montón de recortes de periódicos que narraban los hechos del movimiento estudiantil en Europa, y usaba un reloj de pulsera con el horario detenido en el mediodía. Los primeros días se alojó en el hotel de la plaza, después se acomodó en una habitación que le alquiló un colega. Supo que se quedaría a vivir en ese pueblo para siempre. Cuando la gente lo veía pasearse vestido con camisas de lino blancas, manga larga, y pantalones de dril, creían que era un hombre con plata.
—Ahí viene tu futuro marido —auguró el padre de Teresa, mientras la madre preparaba la yuca cocida y el suero costeño para acompañar el armadillo asado del almuerzo.
2
Miguel Ángel Manrique, Las preocupaciones. Bogotá: Taller de Edición Rocca, 2018.
—O es un monje o es un idiota —le dijo una noche el director del colegio a su mujer.
—¿Cómo lo sabes? —Mírale la barba. —¿Crees que se quedará? —No lo sé.
Para conocerlo mejor, el director escuchó las primeras lecciones de Rodríguez. La mayoría de las veces se aburría de oírlo hablar de los filósofos medievales y se salía del salón, ocasión que aprovechaba Rodríguez para leerles a los estudiantes las noticias sobre la agitación juvenil en Europa.
Un lunes, el director llamó a Rodríguez a su oficina.
—Profesor, para formalizar su contrato necesito una copia del título de Filosofía —le dijo.
—En cuanto pueda se lo traigo, director.
—Dígame, Rodríguez, ¿de qué universidad se graduó usted?
—De la San Anselmo, director.
—Ya veo, profesor, ora et labora.
—Conoce la orden.
—Claro, profesor Rodríguez, el cura de Montes de María es un
benedictino.
—Hombres muy cultos, director.
—Y grandes bebedores, si no, que lo diga el cura. No se preocupe,
profesor, que yo escribo a la San Anselmo.
Mientras el fuego ardía en el fogón de la cocina y la chimenea
expulsaba el humo gris, Teresa salió a barrer la entrada de la casa. Andaba descalza, vestía una ligera blusa de algodón y una falda larga estampada con flores. Se había lavado y peinado la cabellera negra.
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Rodríguez se dirigía al colegio por la calle principal. Cuando pasó enfrente, la vio, como nunca la había visto otras veces, y tuvo la impresión de ver una garza apenas posada. Teresa sonrió. Era la primera vez que se encontraban cara a cara.
Estaban en agosto. Los envolvió un remolino de aire, polvo, cenizas y hojas secas. La armonía reinante entre Júpiter y Saturno presagiaba la felicidad. Rodríguez imaginó que hacían algo loco. Que se casaban y que ella quedaba embarazada de Gloria. Rodríguez fantaseó con la felicidad lejos de Montes de María y se inventó el futuro.
—¿Estás lista? —preguntó Rodríguez.
—No —respondió Teresa.
—Yo tampoco —dijo Rodríguez—, pero si esperamos hasta que
estemos listos, estaremos aquí el resto de nuestras vidas, vámonos. El mecanismo del reloj de pulsera comenzó a funcionar. Olía a
armadillo asado.
La capital era un lugar habitado por dos millones de desconocidos.
El tío Eduardo y la tía Ernestina, que vivían en una casa del barrio Teusaquillo, los recibieron con una mal disimulada efusividad. Glorita tenía tres años. Cuando la vio, al tío Eduardo se le iluminaron los ojos.
—Tranquila, tía, que solo será por unos días —dijo Rodríguez.
—Eso espero, mijito —dijo la tía en voz baja, adoptando la actitud y el tono antipático, típico de las señoras de la capital.
Teresa la saludó con timidez. La tía Ernestina pensó que le vendría bien una sirvienta. Rodríguez traía una recomendación del alcalde de Montes de María, un político curtido, para entregársela al senador Humberto Vergara. Rodríguez creyó que sus tíos no tendrían problema en dejarlos vivir con ellos, por un tiempo. Saldrían los fines de semana
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a comer a algún pueblo de los alrededores y Gloria podría estudiar en un colegio cercano.
Llena de optimismo, la familia se instaló en la habitación de servicio que la tía Ernestina dispuso para ellos, amoblada con una cama sencilla y un armario. La humildad de la habitación contrastaba con el lujo casi barroco del resto de la casa. En la sala había sofás Chesterfield, sillones de cuero color chocolate y alfombras persas. De las paredes colgaban acuarelas costumbristas de pintores santafereños y gobelinos traídos de Francia con motivos de caballos. En una vitrina de vidrio, la tía conservaba una colección de platos de cerámica y unas jarras de cristal de Murano. En un rincón, sobre una mesita de madera había una colección de pájaros de porcelana, que llamó la atención de la niña.
Teresa agradeció con timidez la generosidad de la tía Ernestina. La tía ignoró las gracias y advirtió que Glorita miraba con ilusión la mesa de los pájaros.
—Mijita, cuidado con los pajaritos que no son para jugar, son de colección. Me ha tomado años y dinero conseguirlos —dijo la tía.
—Ven para acá, Gloria —dijo Teresa—, no toques los pajaritos de la tía.
—No tuvimos hijos —dijo la tía Ernestina—, la casa no está hecha para los niños.
—Procuraremos ser cuidadosos, señora —dijo Teresa.
—Me contaste que traes una recomendación para Humberto Vergara —dijo el tío Eduardo.
—Sí tío, lo llamé antes de venir a la ciudad, para tener la seguridad del puesto. Mañana tengo cita con él, a las cuatro.
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—Ojalá te vaya bien. Aunque te advierto que Vergara tiene fama de corrupto, ¿sabes que trabajé con él hace unos años, cuando recién se estaba graduando de abogado?
—Qué casualidad, tío Eduardo.
—Vergara es un negro hijueputa.
—¿Cómo así, tío?
—Es un chanchullero, tomatrago, un degenerado. Dicen que le
hace los mandados al dueño de Cannabis & Cía. No sé cómo llegó a ser senador de la República. Ya lo vas a conocer. Le decían el Negro del batey.
—Tú sabes, Eduardo —intervino la tía Ernestina, acomodando los pajaritos de la mesa—, que aquí cualquiera puede ser senador.
A pesar de las palabras del tío Eduardo, Rodríguez pensó que su progreso siempre iría acompañado de la mano de su amistad con algún político. Así que se presentó en la oficina de Humberto Vergara y le entregó la carta de recomendación.
—Rodríguez, un gusto conocerlo —le dijo el senador—. Venga la próxima semana, el otro jueves, a ver qué hacemos para conseguirle un puesto.
—Gracias, doctor Vergara.
Los primeros días en casa de sus tíos, Rodríguez se sintió cómodo. Conversaba con el tío Eduardo, bebía whisky, mientras Teresa cuidaba de Gloria y le ayudaba a la tía Ernestina en los quehaceres de la casa. Al tío Eduardo le encantaba la niña, la sentaba en sus piernas, le contaba historias de piratas y le obsequiaba chocolates.
—Siempre quise tener hijos, pero Ernestina es estéril —dijo el tío Eduardo.
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Pasadas las seis de la tarde, por las calles del centro deambulaban los travestis y las prostitutas. En la sala de espera estaban tres niñas sentadas en un sofá, vestidas con el uniforme de un colegio oficial.
—Humberto, lo prometido es deuda —dijo una mujer.
—Pase, Rodríguez, le presento a doña Celina.
—Tan amable, doctor Vergara, tan querido. Celina viuda de Rojas. —Mucho gusto, señora.
—Siéntese, Rodríguez; Celina es la distinguida directora de un
colegio que vino a presentarme a unas señoritas.
—¿Vio a las jovencitas? —dijo la alcahueta, guiñando un ojo—.
Como el doctor Vergara siempre está necesitando secretarias, me encargo de conseguirle niñas expertas en mecanografía y taquigrafía. Son las mejores del colegio, ¿verdad, doctor?
—Tómese un whisky, Rodríguez —dijo el senador, abriendo un bar oculto en un archivador—. Le tengo lista la recomendación para que se presente en la oficina del doctor Zuleta, en el Ministerio.
Rodríguez se sentó en un sillón, se tomó un sorbo de whisky que le quemó la garganta y advirtió que el senador le entregó un cheque a la mujer. Luego se quedó mirando las fotografías y los diplomas colgados en las paredes. Cuando la celestina salió del despacho, Vergara llamó a las estudiantes.
—A ver, cuéntenme, ¿qué saben hacer? —preguntó con aire de padre comprensivo.
Las tres niñas, tímidas, se miraron entre sí. Luego de un incómodo silencio, la mayor de ellas habló:
—En el colegio aprendí taquigrafía.
—Yo sé escribir a máquina —dijo una jovencita regordeta. La tercera se quedó callada.
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—Siéntense, queriditas —dijo Vergara levantándose y acercándose a las niñas—. A ver, encanto, ¿cómo te llamas?
—Matilde —contestó la pecosa, sonrojándose. —¿Cuántos años tienes? —preguntó el senador. —Quince.
—Y tú, princesa, ¿cómo te llamas?
—Alicia.
Era trigueña, tenía las cejas pobladas y un pequeño lunar en la mejilla izquierda.
—¿Y cuántos años tienes? —Dieciséis.
—¡Ja, ja, ja! —rio el senador. —¿Y tú?
—Me llamo Celeste —dijo la mayor, asumiendo una actitud recia— . Voy a cumplir dieciocho años.
—Me gustas, chiquilla, me gustas —dijo Vergara—, tienes espuelas.
Rodríguez observó la escena con sorpresa e indignación. Vergara se quitó el saco, se aflojó el nudo de la corbata y se sirvió otro trago. Los bordes de la camisa se le salieron del pantalón. Usaba tirantas y ostentaba una prominente barriga. Tenía sesenta años, era un prestigioso abogado y estaba casado con la mujer blanca de la fotografía. Era padre de dos niñas adolescentes, a las que seguro amaba, y de un niño.
Vio a la familia reunida, elegante, como para asistir a un matrimonio. Vio a las jovencitas abrazando a un Papá Noel negro. Vio a un niño con un bate de béisbol. Vio a la esposa sonreír satisfecha. Vio diplomas de cursos en universidades norteamericanas, vio títulos
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de universidades locales y cartones de sociedades de abogados, vio las imágenes de un hogar feliz. Rodríguez creyó que Vergara era un hombre ejemplar.
—¿Se queda a la fiesta? —preguntó, ya ebrio, el senador Vergara. —No, doctor, solo venía por la recomendación.
—Hombre, quédese. Ya conoce a mis nuevas secretarias —dijo
Vergara mirando las caras asustadas de las escolares.
—Gracias, senador, pero me espera mi familia.
—Tome la recomendación y dele saludos al doctor Zuleta. Su
oficina queda en el piso dieciséis del edificio Avianca. Preséntese el lunes temprano, que yo sé que él lo atiende.
—Yo podría pasarme por allí mañana, senador.
—Mañana es día de la Independencia. Nadie trabaja.
—Gracias por todo, doctor Vergara.
Rodríguez salió del edificio. Respiró hondo y anduvo despacio. Las
putas, ocultas en los zaguanes del barrio Las Nieves, se le insinuaron. Caminó hasta la Avenida Jiménez. En la Plazoleta del Rosario se detuvo para leer la carta de recomendación.
Al día siguiente, apretujados en el Volkswagen de la tía Ernestina fueron a conocer la Plaza de Bolívar. Gloria correteó a las palomas y les echó maíz. Teresa se distrajo mirando los peinados modernos de las mujeres, las minifaldas y los zapatos. El tío Eduardo se sintió incómodo entre la muchedumbre. La plaza olía a ruana mojada y fritanga callejera. Vieron el desfile militar. Un fotógrafo de barba gris, con una cámara de cajón montada sobre un trípode de madera, les tomó a Rodríguez, Teresa y Glorita el primer retrato familiar. La tía Ernestina los invitó a tomar chocolate en la Puerta Falsa.
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Rodríguez durmió mal tres noches seguidas. Lo desvelaron el futuro, las preocupaciones, la cara de su mujer y de su hija, la incertidumbre. El lunes madrugó a la cita en el piso dieciséis del recién construido edificio Avianca, el más alto de la ciudad. Ya menos optimista, se subió al bus que lo llevó con pausas hacia el centro. Se bajó desesperanzado. Lo sorprendieron los ruidos de las sirenas de las ambulancias y de los carros de bomberos. El vuelo de un helicóptero le hizo levantar la mirada. Avanzó por la calle con los demás transeúntes que, noveleros, no querían perderse el espectáculo que les cambió la rutina. Vio con felicidad la columna de humo.
El armadillo asado olía sabroso.
Había viento y cenizas en el viento.
Teresa lavaba la loza en la cocina, mientras Gloria jugaba en la
sala. La niña se acercó a la mesa de los pájaros. Ignoraba que los cinco gorriones sobre una rama provenían de Italia, que las urracas de cabeza azul venían de Copenhague, que los oiseaux étonnés amarillos estaban hechos de polvo de alabastro, que la torcaza procedía de China y el cormorán, de Alemania, que el loro blanco, la cacatúa y el búho de plumaje rojo eran de Lladró, que el águila calva, el faisán, el papagayo, el pájaro carpintero, el gallo y, ¡ay!, el ave preferida de la tía Ernestina, el majestuoso pavo real, eran de Meissen.
Glorita desconocía las fruslerías de la clase ociosa.
Observó los pájaros con curiosidad, como hacen los niños cuando descubren algo nuevo. Cogió la cacatúa, dio vueltas alrededor de un sillón y corrió un buen rato por la sala. Se la puso en el hombro como los piratas de las historias que le contaba el tío Eduardo. Le ofreció maní y le enseñó a hablar. Cuando estaba a punto de acabar el juego,
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tropezó con la mesa de las porcelanas que, como una bandada de aves migratorias, volaron por el aire.
Rodríguez llegó al Parque Santander. El edificio Avianca se había incendiado del piso catorce hacia arriba. Los bomberos se esforzaban por controlar las llamas. Rodríguez ubicó un teléfono público y llamó a la casa de sus tíos.
—Ya te paso a tu mujer —contestó la tía Ernestina con voz glacial. —¿Aló? —dijo Teresa.
Rodríguez notó por el tono de su voz que algo andaba mal. —¿Estás llorando?
—Tu tía nos acaba de echar de su casa.
—Por favor, Teresa, no te vayas a ningún lado. Espérame, que ya voy para allá.
—Nos dijo que empacáramos las cosas y que nos largáramos. Rodríguez oyó los gritos histéricos de la tía Ernestina.
—Glorita se puso a jugar con los pájaros y rompió varios —dijo
Teresa.
—¿Y Glorita?
—Lloró un rato, pero ya se calmó. Tu tío Eduardo está ahorita con ella.
—¿Qué más dijo mi tía?
—Que éramos unos pobres campesinos de mierda.
Rodríguez, a quien el instante imaginado le pareció una eternidad,
miró hacia arriba y vio fluir una ligera nube de humo por la chimenea de la casa, que se elevó hacia el cielo como una sombra larga. De la Universidad de San Anselmo respondieron que los registros de un estudiante llamado Rodríguez no existían. Aun así, el director lo contrató.
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—Dime la verdad —lo increpó Teresa.
—La verdad es que nunca pisé los pasillos de la San Anselmo. —¿Eres idiota o qué, por qué nos engañaste?
—No sé. No tenía motivos para ir a la universidad.
—No se es ladrón a medias.
Se convirtió en el profesor más popular. Al fin y al cabo, estaban
en agosto y, según el calendario chino, era el año del mono. La vida habría de ser otra en Montes de María.
—¿En qué piensas? —preguntó Teresa.
—En el futuro.
—No dejes que te moleste, además, cada día trae su afán. —Huele bien el armadillo asado.
—¿Quieres probarlo?
Había cesado el torbellino y corría una brisa cálida. Se sacudieron
las hojas secas enredadas en la ropa y el pelo, y entraron en la casa. En el reloj de pulsera de Rodríguez aún era mediodía.
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