domingo, 21 de julio de 2013

Sialvestre Dangong, el Chivas


A Chivas lo habían seguido sus siete primas que deseaban verlo cantar en la reunión dónde él servía  licor. Debía esperar que el veterano Fabián Corrales se cansara de sus piques y canciones, y que Iván Zuleta con su acalorado acordeón le dijera :- Oye, Chivas…¡ Cántate una ahí…!- .Pero ese viernes encontraron a los parranderos más eufóricos de lo acostumbrado, y gritando a voz en cuello : - ¡Viva el Jardín de la Guajira! ¡Viva nuestra selección…!
Cuando entró el Chivas de inmediato le entregaron la botella de Ron que debía servirles…
- ¡ Chivas…  Estaaaamos… Eeesssss…  Celeeebraaaando…!- Le dijo el viejo Zuleta.
Lo habían apodado El Chivas por la marca del reconocido licor; también hacía juego con una “chiva” que en periodismo es noticia fresca. En Urumita ( su pueblo del alma, el jardín de la Guajira) tenía el mismo sentido que en toda la región: la Chiva era femenino de Chivo; una cabra que era el ingrediente de la gastronomía e idiosincrasia de  indígenas Wayuu y blancos emigrados a las costas de la Sierra del Perijá y la Sierra Nevada de Santa Martha… (Llegar a la Guajira da la repentina sensación de encontrar las playas de Senegal o Mauritania –Había dicho alguna vez el padre del Chivas- ). Los parranderos, de por sí, no bebían siempre ese licor; sobre todo el  preferido en la costa atlántica era el Ron (a pesar del abundante contrabando del otro por las fronteras de Venezuela). El apodo Chivas obedecía a la irónica costumbre de los eufemismos, de las figuras retóricas que nombraban una cosa por el todo; por ejemplo la marca del producto por todos los productos de esa clase. Costumbre que había empezado en la publicidad televisa del país y lo había puesto de moda Fruko y sus tesos.                                                                                                           Chivas le hizo una señal a sus primas que se fueran, lo que ellas hicieron entre risas y burlas. En esa semana había cumplido años y él había cantado en el colegio entre lágrimas. Chivas había nacido en plena celebración del día de la madre. Su abuela materna lo adoraba, pero su madre no estaba con él; lloró en su cumpleaños por su ausencia ( Ella trabajaba en el “refrigerador”, como le decían a la capital del país por su frio intenso). Después se había montado en su destartalada bicicleta y había corrido hacia el desierto, hacia las afueras del pueblo. Allí fue donde por primera vez se le apareció el fantasma de la pobreza que él trataría siempre de esquivar, menos hablar de él. Trató de pensar que lo había originado en su vida; de pronto recordó el dolor de su madre aquella mañana cuando transportaba la cantimplora de agua hacia la habitación; se le había roto la fuente de su tercer embarazo, de ese ser que ya no estaría en el mundo. Vio a su alrededor mientras su madre se quejaba, vio todas las pertenencias de la familia acumuladas en la habitación, luego memorizó a su madre subiendo a un taxi mientras él se ocupaba de su hermano menor. No supo en qué momento el fantasma de la muerte se mimetizaba en el de la pobreza. Pero detrás de esos dos estaba su vida, los continuos asedios  que le recriminaban su ansiedad de cantar y piquear.                                                                         
 Las calurosas puertas de sus quince años se habrían de repente bajo los Piques y las Puyas del Vallenato.  Temprano en la mañana, su abuela lo había despertado para pasarlo inmediatamente a la mesa donde le tenía un suculento desayuno con carne molida y humeantes arepas de maíz.                                                                                                       Los parranderos estaban celebrando el escandaloso triunfo de la selección de futbol contra la selección de Argentina en su propia cancha; triunfo que llegó a los cinco goles; triunfo que llenó al país de euforia y de fanatismo. Chivas servía el Ron entre risas y gritos hasta que Iván la emprendió con su acordeón, y los piques de Fabián se concentraban en el orgullo de la selección y la humillación del rival.  Por fin, el país emprendía un viaje a un mundial de futbol y contaban con el Tino, con Escobar, con la araña Higuita, con el Pibe conducidos por el glorioso Maturana. Pero de repente el viejo Zuleta dijo:
- Chivas, supimos que le habías compuesto una canción a tu profesora, cansado de que ella te reprendiera por tus “piques” con otros chicos… ¡Cántala ahí, Chivas!-
Si… La canción dice:  
“!profe… que pasó…!  ¡No  he hecho nada…
¡¡simplemente estoy contento…!
¡Simplemente estoy cantando!
¡Simplemente estoy enamorado!
A lo que la profesora respondió -Te la perdono, pero te digo algo :
nunca te casarás con una Gringa, pues eres buenísimo sólo para las matemáticas-                                                                                          Respuesta que originó el apabullar de sus siete primas y la rápida salida de Pieri del salón de clases, la muchacha que él amaba, la muchacha que siempre había amado desde que la vio por primera vez cuando cursaban el primer año.                                                                                                   
  El Chivas no  había narrado entre los parranderos la otra cara de la verdad; la docente había sentenciado a su alumno a ser un frustrado en el canto de los aires vallenatos. Esa noche hablando con Pieri en las sillas mecedoras de su casa, le juró que el mayor triunfo que iría a obtener en su vida sería el día que Urumita entera lo escuchara cantar y dijeran es el cantor… “el cantor del jardín de la Guajira”.
-Tan solo quiero ser profeta en mi tierra y que mi música se pueda escuchar en cada rincón de La Urumita, que llevo en mi corazón. Eso será más que suficiente para mí”- Le dijo llorando a Pieri.
Se le resbalaron unas lágrimas a Pieri que enternecida lo había abrazado. No le había dicho lo que pensaba, ni tampoco que Chechi, Lorenzo y Caco, conociendo los sentimientos del Chivas por Ella, se habían burlado abundantemente. Pieri lo miraba mientras le preguntaba:- ¿Verdad quieres a una Gringa?-…

Por toda respuesta el Chivas le narró lo que tuvo que hacer para impresionarla. La tarde aquella que presumiendo con Caco subieron al más alto árbol que encontraron, luego Caco tratando de cruzar una rama había resbalado; en ese hecho, todavía el fantasma de la muerte no se le había aparecido.
 

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