No me voy a referir a la auto promoción literaria derivada de la era de internet, y que reemplazó la divulgación que hacían líricamente los suplementos literarios, los periódicos, y más aún, el plato preferido por los escritores: las revistas literarias. Todo esto, como pueden adivinarlo, fue de papel ( y aún sigue siendo pero en mucho menor medida).
Eso, en algunas ocasiones repercutía, en una mención (¿o crítica?), a la obra del autor, que le promocionaba la obra en distantes escenarios donde la narrativa jugaba con la poesía y el «centauro» de los géneros: el ensayo.
Si una obra no es interpretada, está durmiendo el sueño de su tiempo, y eso es lo que pasa actualmente, donde el mismo autor tiene que hacer las veces de intérprete de su propia obra, pero esto repercute, en una sociedad que no se lee a sí misma, sino como en el mito de Narciso, acude siempre al mismo espejo.
La figura del agente literario, o de la misión de las editoras (Llevar libros, donde el autor no puede). La auto promoción literaria llevada a su paroxismo, refleja la ausencia de solidaridad, de interpretación de la sociedad donde se vive.
La crítica literaria a «Grosso modo» además fue reemplazada por los concursos literarios, donde prevalece la subjetividad del jurado, lo que nos hace volver al tema del mito de Narciso.
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