Camilo siempre
recordaba las palabras que el hermano menor de su madre le decía sentados ambos
en la banca del parque cualquier atardecer cuando salían de la edificación en
construcción: no recordaba el cansancio de la jornada de trabajo, ni las gotas
de pintura que quedaban en su cara, sus brazos, ni la muchacha solitaria que él
vio bailar en una azotea un día antes de partir para el exterior : pensaba
siempre en esas palabras, que ya de adulto se convertirían en una obsesión.
Luego en las obsesiones de las lecturas de su mejor amigo: el tiempo. Hoy
estamos aquí, lejos de nuestra ciudad-le decía su tío- pero es como si nunca
hubiéramos estado aquí pues tú verás esto como un soplo de viento en tu
adultez. Mira mejor que nalgas las de aquella muchacha. Su tío era un hombre
inmediatista y pícaro que llevaba a su sobrino a jugar billar los sábados. Cómo
extraño comer la carne de mi tierra-le decía ingenuamente Camilo--pero este se
encontraba lejos pensando en su familia. Si, pensaba que el tiempo le había
pasado como un soplo: tú tienes una bella vida le decían -mucho después supo
que lo decían viendo que él no trabajaba ni estudiaba- Quizá no sabía que se
había convertido en un Niní.(Pero no le hacía mal a nadie). Recién terminada la
escuela elemental cuyo único Maestro era Marxista su madre lo puso de aprendiz
de mecánico, luego de carpintero, luego de ensamblador de autobuses, luego de
ayudante en distintas fábricas y locales ¿Nunca tuvo una novia en su
adolescencia? Le llegó como un rayo su imagen en el cuartel: un capitán lo
había sorprendido masturbándose. En una noche de guardia él sorprendió a un
recluta tratando de violar a un compañero de pelotón: el conscripto se había
evadido del cuartel, había regresado borracho, Camilo hizo un tiro al aire, el
recluta huyó. Le preguntaba a su corazón por su extraña palpitación, por sus
sueños tan laberinticos. Cuantos años de reflexión para establecer un sentido
para sus sueños. Su mejor amigo le preguntaba por sus sueños apocalípticos:
mejor le explicaba algo similar a las escenas del vampirismo en la mitología
griega: las hordas de Hécate, las Empusas le parecían los graznidos de unos
cuervos que escuchó una madrugada. Las Empusas en luna llena seducían a los
ingenuos, apareciéndoseles como mujeres hermosas, luego asumían su verdadera
forma para atacarlos. Camilo le narró a su amigo las consignas vampíricas del
Cabo de su Pelotón cuando se entrenaban. Si -decía-, mi país siempre ha tenido
un conflicto civil y esas consignas vampíricas obviamente iban dirigidas a los
enemigos. Su amigo le narró en cambio que para las culturas primitivas de la
humanidad el canibalismo, el vampirismo en contra del enemigo le daba al
vencedor su fuerza por eso practicaban esas formas rituales. Pero a finales del
siglo XX esas consignas eran barbarás y perjudiciales para la salud psicológica
de los flacos reclutas: comer y beber la sangre del enemigo, así sea en sentido
figurado era una barbaridad. Mucho tiempo después, Camilo reflexionaba el
sentido de sus sueños. Creía haber identificado esa cara barbará que lo
acechaba: su amigo le decía que si le hacía caso a las teorías de Jung se
equivocaría (los sueños no son espejos de uno mismo), mejor que estudiara los
propios conflictos ideológicos de su vida. Ese era un buen camino para tratar
de entenderse él mismo. No sabía por qué el sueño de aquella noche le recordó
la película: “Blade caza vampiros” que ya dentro de una cápsula lo convertía en
cazador quizá de sí mismo.Pero algo falla y hasta su caballo pagó las
consecuencias ¿Quién era ese caballo que mostraba el miedo de un ser humano?
Era un miedo por el ser humano. En ese estudio concienzudo de si mismo dejaba
que las “asociaciones de ideas” corrieran por su mente libremente. Se imaginó
que en su caótica personalidad se escondía el signo de un caballo ¿él era uno
de los miles más, presos de la fuerza de sus contradicciones? No, era uno de
los miles presos del tiempo, que lo chupaba como un pequeño agujero negro y que
en su cosmos escondía el universo de sí mismo. Una Empusa lo había chupado y ahora
no era menos que un zombi, un Niní que empezaba a ser viejo. Aunque se
equivocaba, su desesperación del tiempo era la cara de una empusa: su verdadero
conflicto consistía en ser dos hombres en uno solo -lo que lo había anulado-el
eminentemente Marxista se había enrolado en las filas que atacaban a estos pero
que eran radicales; él había sido un niño.
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