Los Tiempos del Olvido
Libro Premio Cultura con Berraquera (Gobernación de Santander 2024)
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"Los tiempos del olvido en tierras que el tiempo cultiva: llevan aún las memorias, los momentos, las emociones que una vez nos definieron”
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La cita inicial: "Los tiempos del olvido en tierras que el tiempo cultiva: llevan aún las memorias, los momentos, las emociones que una vez nos definieron”, describe el alma de esta colección de cuentos. Nos invita a recordar: los tres primeros relatos nos introducen en la Historia: “La condenada”, “El Boiano” y “Pepe, el comunero". No nos relata “en busca del tiempo perdido”; es una presentación de personajes vinculados a la historia del país. En la Condenada, la protagonista es la sobrina del hombre que lideró la Expedición Botánica; se recrea el descubrimiento de su nombre en el libro de las deshonras y las infamias que reposan en la Biblioteca Nacional. El relato trata de romper las barreras del tiempo, y la narradora, una estudiante de literatura, no duda en inmiscuirse en los acontecimientos. En el Boiano, se recrea una leyenda jocosa sobre José Santos Gutiérrez Prieto, presidente del “olimpo radical”. En Pepe, el comunero, se cuenta desde una carencia histórica; el origen de su genio militar. Los tres relatos, tienen de fondo una documentación en fuentes históricas, si bien el segundo y el tercero son más conjeturales, no prescinden de una rigurosa documentación sobre la época en situación.
Son relatos que buscan, desde el autor (que, según Vargas Llosa, es un personaje actuante en la obra) introducirse en la amalgama de acontecimientos que nos trascienden como habitantes de una nación.
En los cuentos: “Los borrachos” y “Las modelos”,
se desenvuelve la “memoria social”; se recuerda acontecimientos que marcaron la
vida de una comunidad dada. En el primer cuento se recuerda, con pretexto de un
acontecimiento, a Segundo Agelvis, el pintor de la tierra santandereana, y el
club donde la gente prestante se reunía. En “Las modelos”, se trae al pintor
clásico Oscar Rodríguez Naranjo y su episodio es documentado en fuentes de
autores regionales. También, se retrata a una de las familias más prestantes de
la región, y el club donde se desenvolvían.
En “El retrato del púber”, “El lector", “El pastiche” y “Espeja”, la
atmósfera de los cuentos es de corte psicológico; en “El púber”, es más que
autoficción; retrata al protagonista en su psicología real, pero la intención
se escapa en las evasivas que da él. En “El lector”, el protagonista es
consciente de su “trastorno delirante” que lo mete en líos. En “El pastiche”,
se documenta a una dama con “celotipia” y en “Espeja” la soledad que lleva a
una sobrevaloración de sí mismo.
La memoria histórica y social desde la perspectiva del autor y sus variadas influencias, son tratadas narrativamente desde el cuento o relato, y en el fondo de los textos se trata de rescatar la riqueza profunda de la “Realidad” y sus espejos en el tiempo y en la subjetividad. En este periplo, he sido lector de Gonzalo España, Vargas llosa, García Márquez, Marvel Moreno, que contiene la estructura significada.
(Fragmento del capítulo “C” del Libro Los tiempos del Olvido” Pag.25.)
No intuía
en ese momento que yo fuera exagerado y pudiera lucir adornos
abundantes y vistosos: ni imaginarme que profesaba el gusto por la hipérbole y despreciara una vestimenta
sencilla; podría llegar al escándalo y nunca haber leído a Lezama Lima: poeta
fallecido cuando yo tenía quince años, que ni idea que pudiera descifrar un
poema suyo, tan solo estas líneas: /Ah, mi amiga, que tú no quieras creer las
preguntas de esa estrella recién cortada, que va mojando sus puntas en otra
estrella enemiga…” ¿Yo estaría líquido en la estrella enemiga?/. Que imaginarme
que una estrella se podría ver en una taza de agua, ni imaginarme que Lezama
estaría achicando el universo ridículamente, mientras caía por una
zancadilla que alguien me había puesto, y luego me era difícil ponerle
zancadilla a alguien, y me era difícil tolerar el desplante de una muchacha
mucho mejor vestida que cualquiera ¿creería en mil novecientos noventa y ocho
que podría mojar mis pasos? Luego terminé desandando centros comerciales mientras premiaban a José Saramago, que se
había ganado el Nobel produciendo gran alegría en la lengua de Luís de Camões
que reivindica Caetano Veloso en su canción:
“Lingua: /Flor do Lácio/ Sambódromo/Lusamérica/Latim em pó/ O que quer/o que
pode esta língua?/.”
Pasó Saramago, luego Günter Grass, y que me acuerde Gao Xingjian (el recuerdo me lo produjo internet), y todavía me veía volviendo a esas escaleras eléctricas que me hacían sentir al descubierto.
¿Para qué iría al otro lado del charco? Para encontrarme con la Afrodita de oro, como dijeron en el poema La noche cíclica, e ignorar por eso que París encontró su Troya. Cierto, pero no pensaba en eso: tanto esfuerzo para cruzar el océano y descubrir que no nos bañamos dos veces en el mismo río, y la eternidad que poetizaba Borges podría parecernos ni siquiera una ilusión.
El corazón de la montaña
Que cerca estaba desde mi ciudad, y por tantos años no había caminado las calles del pueblo que se situaba en el centro de la región donde el oro y las copiosas nubes fluían en los sueños de los habitantes de estas montañas visitadas por los vientos fríos. Y me detuve en las formas de las enormes ruedas de piedra de río, exhibidas en el parque, y que testimoniaban, según me lo dijo una señora que pasaba por allí, los trigales. Eran molinos cuando la hermosa Matanzú era de pan, y esas muelas hoy quedan esculpidas a los ojos, como si alguien estuviera cruzando el río sobre el puente de las Mercedes, como en otro tiempo. Al llegar, me había comido un ayaco de maíz y lo pasé con un café, pero el mareo que me produjo el desapercibido cambio de clima, me hizo beberme una cerveza. La mujer que iba conmigo me sonrió comprensiva, y nos detuvimos en la llamativa fuente del parque mientras me pasaba el vaho, y jugamos a observar la pequeña puerta, que, en el monumento, nos invitaba a entrar. Unos niños que se acercaron curiosos, al ver a mi acompañante mover su brazo en torno a la entrada bañada por la cortina de agua de la fuente, riendo, nos señalaron, como si estuviera al alcance del tacto, la verdura que se divisaba a esa hora de la tarde: una montaña. Mi acompañante, asombrada, vio como la montaña iba volviéndose pálidos plátanos, limones dijo el niño. Pero la niña, tan detallista, le hizo ver a mi acompañante el corazón que se dibujaba en la montaña. Entonces el niño, tan avispado, me gritó a mí que le propusiera matrimonio a mi acompañante, en vista de esa revelación que no habíamos visto, el corazón matancero de la montaña, por más que estuvimos horas entreras extasiado ante la vista de las montañas desde el parque. Yo miré a mí acompañante ante la insinuación, e hizo que la niña se riera. Mejor vayan al volcán dijeron los niños, y salieron corriendo.
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