Es un Itinerario de escritor y también un cuaderno de reflexiones en mi carrera literaria.
miércoles, 13 de noviembre de 2013
El hombre que se resistía a tener una amistad asexuada
domingo, 22 de septiembre de 2013
Cuchillos Verdes
Cuando salí de la escuela me esperaba en una esquina;
no tenía su maletín y su camisa estaba remangada. Vi sus morenos puños cerrados
vigorosamente, sus dientes apretados, su mirada dirigida hacia mí. Lo
acompañaba el que le sostenía el maletín.
Quedé paralizado; el otro que estaba conmigo me dijo: -Rápido, súbase al camión
de la escuela-.
Regresaba a casa desde la escuela; pasando por un
parquecito recogía del arbusto frondoso de cuchillos, seis o siete dagas bien
seleccionadas que guardaba en el bolsillo del uniforme. En casa, a medio día,
siempre se sintonizaba el radio noticiero a todo volumen ( era un radio que
tenía forma de tiburón; varias veces le habían cambiado algunos enormes tubos
catódicos). Esta vez la noticia llegaba desde Viña del Mar declarando el
triunfo de la canción que hablaba de mascar flores…“Por eso salgo siempre a caminar En busca de una flor para mascar…”
Cuando salí de la escuela me esperaba en una esquina; no tenía su maletín y su camisa estaba remangada. Vi sus morenos puños cerrados vigorosamente, sus dientes apretados, su mirada dirigida hacia mí. Lo acompañaba el que le sostenía el maletín.
Quedé paralizado; el otro que estaba conmigo me dijo: -Rápido, súbase al camión de la escuela-.
Después de inspeccionar que no tuviera huevecillos la sopa del almuerzo, según la clase de higiene en la escuela, ese mediodía me había olvidado de lavarme las manos. Me levanté apurado de la mesa, me dirigí al patio de la casa para empezar a entrenar una pelea a cuchillo con las dagas del arbusto. Debía apurarme pues a las dos empezaba Ultra Man. Esta tarde el súper hombre de ojos extraterrestres tenía que enfrentarse con una enorme planta carnívora que adquiría su fuerza de la radiación nuclear.
Si mis cuchillos no adquirían una fuerza nuclear, debía confundir al otro, cambiar de mano el cuchillo escondiéndolos a la altura de las nalgas, lo más rápido posible, luego de hacer un lance directo al pecho y matar a mi adversario de un solo golpe.
El héroe de la nebulosa M-78 me hizo salir corriendo hacia la calle, gritar a toda voz su nombre, luego observar quien salía al encuentro de mis cuchillos, de mis rápidos pies descalzos, aunque no tuviera correa que me sostuviera los calzones. Por fin, a la vuelta de la esquina vi la cabeza de mi amigo Roll, grité su nombre, vino hacia mí. Le grité Ultra Man, él desorbitó sus realistas ojos, luego lanzó una sonrisilla. Nos encaminamos hacia la tienda de alquiler de las destartaladas bicicletas; pasamos por el parquecito (no le mostré el árbol de cuchillos, pues era mi secreto); vi las coloradas flores de un gran Cayeno que decían… ¡Cómame!...
“Por eso salgo siempre a caminar
En busca de una flor para mascar…”
Empecé a cantar… “!y recorro el camino…!”
Roll me apabulló, con sus características burlas de “pela gato” como nos decían las chicas del barrio vecino, cuyas fronteras debíamos pasar con cuidado…
¡Tocayo! –dijo de un momento a otro Roll- Ármese, es una advertencia, pues vamos por unos amigos-
No sé dónde quedé; el piso se hundió ante mis ojos cuando vimos las gradas que conducían a unas callejuelas en una hondonada. Toqué en mis bolsillos los cuchillos verdes que había tirado del algarrobo, entonces pensé claramente que eso no servía ni para pasteles. Troll sacó su navaja que más parecía un cuchillo de mesa
–con eso no cortas ni el pastel- Me alcanzó el ánimo para burlarme.
Pero las piernas me temblaban cuando Troll empezó a bajar las gradas. Hacía unas horas habíamos recorrido el parquecito en las bicicletas alquiladas. Troll se burlaba, se burlaba de verme pedalear como un borracho, hasta que se le desencadenó su bicicleta y fue a rodar frente a un señor gordo que estaba viendo una enorme fotografía ( se la habían tomado desde una cámara de trípode, un fotógrafo que metía su cabeza en un pañolón), luego lo miró con cara de ofendido.
Troll, sabe qué, baje usted a esa hondonada ya que quiere conseguirse un pito…
A él –creo- no se le hubiera ocurrido decirme por qué no baja usted.
Esperé unos cuantos minutos hasta que escuché un quejido que se perdió en los cerros que caían en la distancia de todos esos barrios que empezaban a encender sus nostálgicas bombillas. No me bastaba el cruce de manos que hacía Ultra Man para cobrar la decisión de bajar las escaleras que llevaban a un callejón que se formaba de unas hileras de las casas que bordeaban el cerro. Empecé a contar los pasos mientras bajaba los gradas, luego comencé a caminar por el callejón mientras tarareaba de la nada la canción …
“Por eso salgo siempre a caminar
En busca de una flor para mascar…”
domingo, 21 de julio de 2013
Sialvestre Dangong, el Chivas
domingo, 14 de julio de 2013
Un accidente puede suceder
viernes, 12 de julio de 2013
El hombre que planchaba sus billetes
Algunas veces lo observé contando grandes cantidades de dinero, producto de afortunadas comisiones, entonces su rostro se veía concentrado como si fuera la actividad que más respeto le proporcionara en su vida. Pero para el día en que tenía dinero al momento en que no tenía, me parecía tan fugaz que no me imaginaba a Georg planchando sus billetes… ¿Qué razón habría para plancharlos?
Su amigo que frecuentaba un club de gente de sociedad, si planchaba sus billetes… ¡Me repito! ¿Qué razón tendría para plancharlos así fuera con una plancha normal?
Aunque tampoco es deseable tener dinero como dinero de alcohólico en un bolsillo sobrio. Se me ocurre que es una forma de amar el dinero o de no gastarlo como un compulsivo consumista (entre más rica una persona, su consumo será más exclusivo)… Le dije a Georg esa tarde.
Pero los ojos de él brillaban y se frotaba las manos viéndome a mi frotarlas ante la cercanía de una comisión…
!Como dicen que no hay dinero… Mira! –me dijo sacando de sus bolsillos un fajo de billetes.
Georg me sorprende porque a pesar de ser un hombre que no tiene casa propia, ni automóvil, es un hombre que si tiene cien mil pesos, cien mil pesos se gasta; no gasta tampoco en mujeres.
Georg me hablaba de su amigo con una ambigüedad difícil de precisar… Robert –Me decía-, cuando se afeita le queda su piel por donde pasó la cuchilla, azulita, como un pozo de agua cristalina.
Podría suponer que lo decía pues él era imberbe, barbilampiño. Su amigo era un magistrado (esto es un abogado que ha ascendido en las altas esferas de la justicia) que al parecer, según lo que le había concluido de lo que él me decía, no era tan ambicioso, tampoco era tan generoso. Al parecer vivía solo, le gustaba beber uno que otro vaso de whisky en el Club, luego en una que otra ocasión había invitado a Georg.
Georg, nunca más me volvió hablar de Robert.
Quiero verte contando billetes-me decía-
Yo me dejaba llevar bondadosamente por Georg, hasta que en una ocasión en que yo contaba abundante dinero, con una resaca producto de una borrachera la noche anterior, sentado frente a mí, vi con asombro que llevaba su dedo índice a través de la manga de su pantalón corto hacia atrás…
De madrugada, yo había llevado a un hospedaje a una morena que había encontrado en un bar abierto; apenas desperté, aun dormida, la besé... No sé porqué pensé en el momento en que Georg llevó su dedo índice… Pensaba también en el “ex” de mi amante, que era el que planchaba los billetes. Mi amante me hablaba de su “ex” mientras se sumergía en mi, se sumergía en mi como si los días no pudieran pasar y las flores no se pudieran marchitar.
domingo, 30 de junio de 2013
LA ADOLESCENTE
Pasé junto a Ella y vi sus ojos marrones; Llegué hasta la otra esquina donde se estacionaban los moto taxistas. Junto a mi pasaron varios auxiliares de policía que riendo alegremente hacían ronda. Miré mi reloj; habían pasado quince minutos y la adolescente sólo se había movido un poco del sitio donde estuvo parada.
Lo recuerdo minuciosamente porque ahora veo otra adolescente que desplegó una sonrisa tan natural ante el requerimiento de un tipo. Una adolescente de atmósfera primaveral arrastrando un carrito de bebé por el mismo sector donde había visto a la otra niña (tan primaveral que pensé que sus quince años la rodeaban en rosas). Un muchacho que está vendiendo objetos varios en una pequeña caja por esta calle ya me ha estado observando. El calor me hace buscar la sombra bajo el toldillo de un negocio de sandalias y la muchacha sigue con su carrito de bebé.
La otra vez me impresionó el tipo que llegó donde la adolescente que estuvo parada en la calle. Era un tipo corpulento y estaba sudado; parecía triplicarle su edad. Sus movimientos agitados le hacían mover los brazos ante cada palabra. Luego pareció callar y Ella empezó a caminar. Al llegar a una esquina volteó. El tipo caminaba siguiéndola a corta distancia.
En la distancia alcanzaba a ver sólo el carrito de bebé; me acordé de la adolescente sobrina de mi novia; sus progenitores ya le habían comprado su primer apartamento. Me puse a pensar si esta niña también se esforzaba por ganar siempre medallas al final del año escolar y se encerraba días enteros cuando algo le fallaba. En ese momento cuando la vi pasar no se me ocurrió detenerla y decirle que me vendiera un café de los muchos termos que llevaba en el carrito de bebé. Más bien parecía que ya había terminado su trabajo. No me había dado cuenta pero al cruzar la esquina me vi caminando cabizbajo…
viernes, 14 de junio de 2013
Vista a las Montañas de Palonegro desde el edifico de la Alcaldía
III
En el piso tres del edificio de la Alcaldía
por el salón de los escritorios
hay una ventana
donde se divisa a lo lejos
las montaña de Palonegro
de delirantes aviones
Una impresionante montaña
como de pintor impresionista
La ventana está cerrada en horas de trabajo
y en salida de labor sigue cerrada…
En esa montaña sucedió el combate
épico y cíclico de la patria boba.
Se ve tan bella desde esta ventana
burocrática que casi veo los senderos
de los ahorcados como pistas de aterrizaje
cubriéndose por la neblina del atardecer.
Título de la fotografía: Bucaramanga desde el Mirador
De Ludwig Snider Suárez - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=46347142