martes, 29 de julio de 2025

Reportes de lectura (Un mundo para Julius, Arte poétic de Ida Vitale y Puerto Calcinado)

 

 



 Reporte de lectura La novela del peruano Alfredo Bryce Echenique


“Un mundo para Julius” (1970), es una novela que sigue los lineamientos de escritores que retratan las clases altas latinoamericanas, en este caso una familia de descendencia de la colonia española, vuelta aristocrática, y la frivolidad que las ha caracterizado. Tiene mucho de autobiografía, y sus descripciones de la psicología de ese grupo social, aislado en sus “negocios”, me ha llamado la atención, junto con su lenguaje, diría yo, que huye del cultismo de narradores citadinos, criados en excelentes universidades, de costos exorbitantes; en estas líneas de la página 138, del capítulo del “colegio”, dice el narrador omnisciente refiriéndose a Susan, la femenina protagonista: “El arquitecto miraba a Susan, la aceptaba imposible… “ (se refiere a que  Susan, se envolvía en una atmósfera de irresistible, y el arquitecto le seguía el juego, aun con el marido junto a ella). En unas líneas más abajo en las que el joven y bello arquitecto, el prestante marido y Susan, discuten entre nubes el diseño de una mansión, los tres se enojan, pero de una manera frívola: “Los tres se molestaron finísimos, casi sin cólera…”, donde el adjetivo superlativo delata la cursilería.


 
 
Arte poética
 
De Ida ViTale
 
 

Es un copioso trabajo describir la imprescindible poética de Ida Vítale (1923). En este poema que podría ser  de “arte poética”, titulado “la palabra”. Me llamó la atención que las palabras  también son “ariadnas” y sobre todo en la penúltima línea: “Un breve error las vuelve ornamentales”; no está tan lejos del arte poética de Rafael Cadenas, que dice:

“Que cada palabra lleve lo que dice. Que sea como el temblor que la sostiene. Que se mantenga como un latido. No he de proferir adornada falsedad ni ...”


¿Qué se entiende por ornamental en este contexto? Cadenas, nos pide interpretarnos para escribir; no escribir hipocresías. Ida, nos pide, en la línea decisiva del texto, no adornar como poetas, nuestras efusiones ¿Qué queda?

Un efluvio, seguir el hilo de Ariadna, bajo la amenaza de ser borrados por la frivolidad.


LA PALABRA


Por Ida Vitle


 Expectantes palabras,

 fabulosas en sí,

 promesas de sentidos posibles, 

airosas, aéreas, airadas, ariadnas. 


Un breve error las vuelve ornamentales. 

Su indescriptible exactitud nos borra.




Puerto calcinado de Andrea Cote

 fue como conocí a Andrea: evocadora del río. (Versión II)

 

Cuando llegué a Barrancabermeja me quedé maravillado al ver sus calles que parecían dirigirse al río; había llegado con la imagen del pescado que me hacía ver el magdalena, las playas del gigante río, que como dice Andrea en un poema: “cada día se aleja más”. Quería también expresar mi preocupación por los problemas del río. Llevaba tres días pensando, y me resigné sólo a leer mi relato, en los que no había ninguno dedicado a las caimanas pero venadas aguas. Me preocupaba por expresar mi amor por el río, y no pude menos sino irme para el muelle. Llegué a una caseta y bajo la alegría momentánea de una bebida, pedí el pescado de carne color crema. Luego, boté de mi mente la idea de expresarme sobre el rio. Pero al agacharme un poco, vi el resplandor rosáceo de la portada de un libro; bajo la silla de la mesa, frente al alucinante horizonte selvático del río, encontré el poemario. Así fue como supe de Andrea Cote, evocadora del río.  El poemario titulado Ciudad Calcinada, me daba a leer su mirada de agua, río y ciudad donde nació. Comprendí que el río es un gigante que se aleja y que se puede perder ante la mirada: una metáfora que también convoca a que se acerque; a que no se vaya. Al atardecer, cuando terminé de leer el poemario, caminé por calles solitarias hacia el corazón de la ciudad; me había despedido de la cocinera con un abrazo, después de haber comido el bocachico.

 

Poema Atado a la Orilla

Del poemario Puerto Calcinado

 

Si supieras que afuera de la casa,

atado a la orilla del puerto quebrado,

hay un río quemante como las aceras.

Que cuando toca la tierra

 es como un desierto al derrumbarse

 y trae hierba encendida

 para que ascienda por las paredes

 aunque te des a creer

 que el muro perturbado por las enredaderas

 es milagro de la humedad y no de la ceniza del agua.

Si supieras que el río no es de agua y no trae barcos ni maderos, sólo pequeñas algas crecidas en el pecho de hombres dormidos.

 Si supieras que ese río corre

 y que es como nosotros o como todo lo que tarde o temprano tiene que hundirse en la tierra.

 Tú no sabes, pero yo alguna vez lo he visto hacer parte de las cosas que cuando se están yendo parece que se quedan.

 

Convencido de que cada cual encuentra “una forma de decir las cosas que no se pueden decir de otra manera”, en este caso decidí leer este poema que expresa el río.



VERSIÓN II

 

 

Así fue como conocí a Andrea: evocadora del río.

 

Cuando llegué a Barrancabermeja me quedé maravillado al ver sus calles que parecían dirigirse al río; había llegado con la imagen del pescado que me hacía ver el magdalena, las playas del gigante río, que como dice Andrea en un poema: “cada día se aleja más”. Quería también expresar mi preocupación por los problemas del río. Llevaba tres días pensando, y me resigné sólo a leer mi relato, en los que no había ninguno dedicado a las caimanas pero venadas aguas. Me preocupaba por expresar mi amor por el río, y no pude menos sino irme para el muelle. Llegué a una caseta y bajo la alegría momentánea de una bebida, pedí el pescado de carne color crema. Luego, boté de mi mente la idea de expresarme sobre el rio. Pero al agacharme un poco, vi el resplandor rosáceo de la portada de un libro; bajo la silla de la mesa, frente al alucinante horizonte selvático del río, encontré el poemario. Así fue como supe de Andrea Cote, evocadora del río.  El poemario titulado Ciudad Calcinada, me daba a leer su mirada de agua, río y ciudad donde nació. Comprendí que el río es un gigante que se aleja y que se puede perder ante la mirada: una metáfora que también convoca a que se acerque; a que no se vaya. Al atardecer, cuando terminé de leer el poemario, caminé por calles solitarias hacia el corazón de la ciudad; me había despedido de la cocinera con un abrazo, después de haber comido el bocachico.

 

Poema Atado a la Orilla

Del poemario Puerto Calcinado

 

Si supieras que afuera de la casa,

atado a la orilla del puerto quebrado,

hay un río quemante como las aceras.

Que cuando toca la tierra

 es como un desierto al derrumbarse

 y trae hierba encendida

 para que ascienda por las paredes

 aunque te des a creer

 que el muro perturbado por las enredaderas

 es milagro de la humedad y no de la ceniza del agua.

Si supieras que el río no es de agua y no trae barcos ni maderos, sólo pequeñas algas crecidas en el pecho de hombres dormidos.

 Si supieras que ese río corre

 y que es como nosotros o como todo lo que tarde o temprano tiene que hundirse en la tierra.

 Tú no sabes, pero yo alguna vez lo he visto hacer parte de las cosas que cuando se están yendo parece que se quedan.

 

Convencido de que cada cual encuentra “una forma de decir las cosas que no se pueden decir de otra manera”, en este caso decidí leer este poema.










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